Capítulo trece

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—Como si mascar chicle fuera delito—Lavinia lanzó un trozo de sándwich desde el tejado, y una gaviota lo atrapó de inmediato.

Nos había llevado a Hazel, a Percy y a mí a comer a su sitio favorito para pensar: el tejado del campanario de la Universidad de la Nueva Roma, cuyo acceso Lavinia había descubierto por su cuenta. No animaban precisamente a la gente a subir allí, pero tampoco estaba terminantemente prohibido, un espacio intermedio que parecía en el que a Lavinia más le gustaba vivir.

Nos explicó que disfrutaba estando allí sentada porque se hallaba justo encima del Jardín del Fauno, el sitio favorito de Reyna para pensar. La pretora no se encontraba en el jardín en ese momento, pero cuando estaba, Lavinia podía mirarla treinta metros por encima y alardear: "Ja, ja. Mi sitio para pensar es más alto que el tuyo"

No lo dije en voz alta, pero como mi sitio para pensar está en la luna, les gano a ambas y por mucho.

Sentada en las tejas de barro rojas precariamente inclinadas, con una focaccia a medio comer en el regazo, podía ver la ciudad y el valle enteros debajo de nosotros debajo de nosotros: todo lo que nos arriesgábamos a perder en la inminente invasión. Más allá se extendían las llanuras de Oakland y la bahía de San Francisco, que dentro de pocos días estaría salpicada de los yates de lujo de Calígula.

—Oh, vamos—Lavinia arrojó otro pedazo de queso fundido a las gaviotas—. Si los legionarios fueran de excursión de vez en cuando, sabrían de la existencia de Wildcat Drive.

Asentí con la cabeza, aunque sospechaba que la mayoría de los legionarios, que se pasaban buena parte de su tiempo haciendo marchas con pesadas armaduras, probablemente no consideraran una excursión el colmo de la diversión. Sin embargo, Lavinia parecía conocer cada camino alternativo, sendero y túnel secreto a treinta kilómetros del Campamento Júpiter.

A mi otro lado, Hazel no hacía caso a su rollo vegetariano y mascullaba para si misma:

—Yo alucinó con Frank... Mira que ofrecerse como voluntario... No tuvo suficiente con sus heroicidades en la batalla...

No muy lejos, Percy miraba la ciudad con la mirada perdida, logré ver cierta nostalgia en sus ojos.

Luego lo recordé, el y Annabeth Chase habían hecho planes para vivir en la Nueva Roma. Planes que ahora no se llevarían a cabo, al menos no de la misma manera.

Me revolvía el estómago pensar en dicha hija de Minerva. Y aún más el que Percy mirara tan nostálgicamente el paisaje. Por algún motivo que no comprendía me molestaba que extrañara dicha relación.

Percy:

El paisaje era deprimente.

Me encantaba la Nueva Roma, todo su concepto y era un lugar muy hermoso. Pero también me traía malos recuerdos, promesas rotas del pasado.

—¿Estas bien?—preguntó Diana.

Lo hizo con preocupación, pero también detecté cierta tensión en su voz, estaba algo irritada. ¿Había hecho algo malo?

—Sí..., solamente recordaba promesas rotas y a cierta traidora, nada que sea ni remotamente importante ahora. Es solo que lamento no poder venir aquí en cuanto todo termine, ya sabes, no pase los exámenes de la escuela que abandoné para ayudarte. No es que sea tu culpa—me apresuré a decir—. Además, si no detenemos a los emperadores no va a haber Nueva Roma a la cual venir.

La expresión de Diana se suavizó por algún motivo.

—Está bien, si necesitas hablarlo estoy aquí, Perce.

Asentí con la cabeza.

Diana:

No sabía porque me había molestado.

"Si lo sabes", dijo una parte de mi cerebro.

"No. No lo sabes, ¡cállate!", respondió todo el resto de mi cerebro.

Lavinia seguía murmurando sin dirigirse a nadie en concreto.

—Reventaste una bomba. ¡Serás perfecta para la misión!

—¿Por qué tiene que gustarme un chico que parece que tiene ganas de morir?—meditó Hazel.

"A algo se tenía que referir Estigia con una promesa que no me había dado cuenta que había roto", pensé. "¡Pero podría ser cualquier cosa!", me contesté. "¿Quién recuerda todas sus promesas sagradas? ¡Nadie!"

Continuamos con ese caos hasta que un águila gigante se lanzó en picada del cielo, le arrancó a Lavinia el resto del sándwich de queso fundido de su mano y alzó el vuelo, dejando atrás a una bandada de gaviotas enfadadas.

—Lo típico—Lavinia se limpió los dedos en los pantalones—. Ni siquiera puedo comerme un sándwich.

Me metí el resto de focaccia a la boca por si el águila quería repetir.

—Bueno—dijo Hazel suspirando—, por lo menos nos han dado la tarde libre para hacer planes—le dio a Lavinia la mitad de su rollo vegetariano.

Lavinia parpadeó; parecía que no supiera cómo responder a aquel amable gesto.

—Bueno... gracias, pero ¿qué hay que planear? Vamos al carrusel, buscamos la tumba y procuramos no morir.

Me tragué el resto de la comida esperando que empujara mi corazón hasta el sitio donde de debía estar.

—Tal vez podríamos centrarnos en la parte de no morir.

—La parte de no morir suena importante—asintió Percy—. Lo que nos lleva a preguntarnos otra vez. "Artemisa encara la muerte en la tumba de Tarquinio" ¿eso significa que dejarás de ser Diana allí o algo así?

Lo medité por un segundo, empezaba a hacerme una idea de que es lo que podía pasar, pero no me agradaba.

—Entonces será una misión sigilosa—sentenció Hazel, nos observó a todos. De mi pasó rápido, la antigua diosa de la caza, no le preocupaba que hiciera mucho escándalo. En Percy se detuvo un momento más, aún así pasó rápido de él, ambos ya habían compartido dos misiones, confiaba en él. Finalmente se detuvo en Lavinia.

—Hey, reconóceme algún mérito. Me muevo muy sigilosamente—dijo Lavinia mientras movía los pies—. Soy hija de Terpsícore y eso.

—Mmm—dijo Hazel—. Tienes prohibido mascar chicle. Bueno, recojan todas sus cosas y descansen. Nos vemos en el Campo Marte al anochecer.

...

Perdón por el capítulo tan corto.

Quería aprovechar para avisarles que mañana voy a fusionar los capítulos seis y siete, por lo que la numeración de todos los capítulos disminuirá en uno.

Las pruebas de la luna: la Tumba del TiranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora