Doble personalidad ¡Fantastico! Bye Artemisa, Hello Diana.

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Me gustan los coches voladores. Sin embargo, me gusta más cuando el coche es realmente capaz de volar.

Cuando el vehículo fúnebre alcanzó la gravedad cero, dispuse de unos microsegundos para apreciar el paisaje de abajo: un precioso laguito bordeado de eucaliptos y senderos, y una pequeña playa en la otra orilla donde se relajaba un grupo de domingueros vespertinos acostados en mantas.

"Bien", pensó una parte de mi cerebro. "Con suerte, por lo menos caeremos en agua"

Entonces descendimos... no hacia el lago, sino hacia los árboles.

Percy y yo compartimos un grito de terror mientras nos aferrábamos a lo que podíamos.

A medida que nos precipitábamos entre los árboles, el demonio desapareció del techo. Luego seguimos bajando a golpes hasta que caímos al suelo sobre las cuatro ruedas con un molesto ruido sordo y me golpeé aún más violentamente contra la bolsa de aire.

Amebas amarillas bailaban en mis ojos. El sabor a sangre me picaba en la garganta. Busqué a tientas la manija de la puerta, salí con dificultad entre la bolsa de aire y el asiento y me desplomé sobre un lecho de hierba fresca y blanda.

—Hay...—dije.

Oí las arcadas de Percy no muy lejos. Al menos eso significaba que seguía vivo. A unos cinco metros a mi derecha, el agua lamía la orilla del lago. Sobre la superficie de este, nuestro diabólico amigo negro azulado gruñía y se retorcido atrapado hasta la cintura en el agua.

Me incorporé con dificultad. Notaba un dolor punzante en la nariz. Parecía un tuviera las fosas nasales llenas de ungüento de mentol.

—¿Percy?

El chico apareció haciendo eses alrededor de la parte delantera del coche fúnebre, pero con la vista fija en nuestro demoníaco amigo. Un hilo de sangre le atravesaba la cara desde la frente, bajando por la mejilla derecha.

—Lo... lo siento, yo...

—Está bien, está bien—dije recuperando el aliento—. Dime por favor que tienes atrapada a esa cosa.

—Sí... pero no lo podré retener por mucho tiempo. Prepárate.

Invoqué mi arco, pero tenía la vista nublada por el golpe.

Al otro lado del lago, los domingueros se habían levantado de sus mantas. Supongo que un coche fúnebre caído del cielo les había llamado la atención. Aún con mi vista borrosa pude notar algo raro en aquel grupo... ¿Traía uno armadura? ¿Tenía otro patas de cabra?

Aunque fueran amistosos, estaban demasiado lejos para ayudarnos.

Me acerqué cojeando al coche fúnebre y abrí de un tirón la puerta del asiento trasero. El ataúd de Jason parecía a salvo y seguro en el compartimento de atrás.

En el agua, la criatura aullaba y se revolvía en su jaula líquida.

Percy tropezó. Tenía la fuente salpicada de gotas de sudor. Entonces el demonio se liberó, se lanzó hacia al frente y gruñó con sus puntiagudos dientes blancos como vallas diminutas.

—¡MATAR Y COMER!—gritó.

El demonio podría haber sido perfectamente el líder de un grupo de metal noruego.

—¡Un momento!—pedí—. Yo... yo te conozco—agité el dedo como si eso fuera a refrescarme la memoria. El arco, que sujetaba en la otra mano, se agitó. Las flechas hicieron ruido en el carcaj—. ¡Espera, lo tengo en la punta de la lengua!

El demonio titubeó. Tal como la gran mayoría de las criaturas sensibles quería que lo reconocieran. Ya seamos dioses, personas o demonios babeantes con taparrabos hechos de plumas de buitre, nos agrada que los demás sepan quienes somos, que pronuncien nuestros nombres, que se den cuenta de que existimos.

Las pruebas de la luna: la Tumba del TiranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora