Ocean man, take me by the hand Lead me to the land

506 70 10
                                    


Les explicaré lo que es una conmoción cerebral.

Es un mecanismo de seguridad para lidiar con los traumas. Cuando el cerebro humano experimenta algo demasiado violento o terrible para asimilarlo, simplemente deja de registrarlo. Minutos, horas, incluso días pueden quedar totalmente en blanco de la memoria de la víctima.

Tal vez eso explicaba por qué no recordaba nada del accidente de la Chevrolet. Después de atravesar la barrera de contención a toda velocidad, lo siguiente que recordaba era ir dando tumbos por el estacionamiento de unos grandes almacenes, empujando un carrito del súper con tres ruedas en el que estaba metido mi Buitre Místico semiconsciente. Ambos cantábamos arrastrando las palabras la letra de Ocean Man.

El carrito chocó contra un montón de metal arrugado y humeante: una Chevrolet Silverado roja con las llantas ponchadas, el parabrisas roto y las bolsas de aire infladas. Un desconsiderado conductor había del cielo justo encima del punto de devolución de los carritos y había destrozado una docena de ellos bajo el peso de la camioneta.

¿Quién haría algo así?

Un momento...

Oí gruñidos. A pocos coches de distancia, dos galgos metálicos permanecían en actitud protectora junto a su ama herida, manteniendo a raya a un pequeño grupo de espectadores. Una joven de morado y dorado—¡sí, me acordaba de ella! ¡Algo sobre matar gigantes ciegos!—se hallaba apoyada en los codos, haciendo muchas muecas, con la pierna herida torcida en un ángulo antinatural. Su cara era del mismo color que el pavimento.

—¡Reyna!—empujé el carrito del súper con Percy contra la camioneta y corrí a ayudar a la pretora. Aurum y Argentum me dejaron pasar.

—Oh. Oh. Oh—parecía que no supiera decir otra cosa. Debería haber sabido que hacer. La curación y primeros auxilios se me daban bien. Pero esas fracturas de pierna... Uf.

—Estoy viva—dijo Reyna apretando los dientes—. ¿Y Percy?

—Cantando Ocean Man—dije.

Una cliente de las grandes tiendas se acercó muy despacio haciendo frente a la furia de los perros.

—Llamé a urgencias. ¿Hay algo más que pueda hacer?

—¡Se pondrá bien!—grité—. ¡Gracias! Mi... mi hermano es médico, el sabrá que hacer.

—Oye—dijo otro cliente—. Tu otro amigo se va.

—¡Maldición!

Me eché a correr detrás de Percy, que estaba gritando "Uiii" mientras aceleraba en su carrito de plástico rojo con tres ruedas.

Agarré el mando y lo llevé otra vez al lado de Reyna.

La pretora trató de moverse, pero se ahogó de dolor.

—Puede que... me desmaye.

—No, no, no.

"Piensa, Diana, piensa" ¿Debía esperar a los paramédicos que no sabían nada sobre ambrosía y néctar? ¿Debía buscar algún artículo de primeros auxilios en la camioneta destrozada de Reyna?

Una voz familiar gritó desde el otro lado del estacionamiento.

—¡Gracias a todos! ¡Nos encargaremos nosotros!

Lavinia Asimov se dirigió trotando a donde estábamos, seguida de una docena de náyades y faunos, a muchos de los cuales reconocía por haberlos visto en People's Park. La mayoría iban vestidos de camuflaje, cubiertos de de enredaderas o ramas como si acabaran de llegar mediante frijoles mágicos. Lavinia traía unos pantalones de camuflaje rosa y una blusa de tirantes verde, y la manubalista colgada en el hombro. Con el pelo con puntas rosas y las cejas del mismo color, y moviendo frenéticamente la mano mientras masticaba chicle, irradiaba autoridad.

Las pruebas de la luna: la Tumba del TiranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora