Capítulo treinta y siete

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A pesar de mí débil estado, seguramente habrás pensado que pude mantenerme fuera del alcance de un adversario ciego.

Pues te equivocas.

Cómodo estaba a sólo tres metros cuando le disparé la siguiente flecha. Logró esquivarla, se me acercó corriendo y me arrebató de un tirón el arco de las manos. Luego partió el arma sobre su rodilla.

La furia se apoderó de mí.

—¡¡Argg, tú, CERDO ASQUEROSO!!—grité.

Pensándolo mejor, no debí haber malgastado ese milisegundo de esa forma. Cómodo me asestó un puñetazo de lleno en el pecho. Me tambaleé hacia atrás y caí de sentón, con los pulmones ardiendo y un dolor punzante en el esternón. Un golpe así debería haberme matado. Me preguntaba si mi fuerza divina había decidido hacer una aparición estelar. De ser así, desperdicié la oportunidad de contraatacar. Estaba demasiado ocupada alejándome a gatas, mientras luchaba por aire.

Cómodo volvió riéndose hacia sus tropas.

—¿Lo ven? ¡El lugar de esta perra es en el suelo!

Sus seguidores aplaudieron. Cómodo malgastó un tiempo precioso regodeándose en su adulación. No podía evitar dar espectáculo. También debía de saber que yo no iba a ir a ninguna parte.

Me llené de ira, quería arrancar todos y cada uno de los huesos de ese salvaje y metérselos por el culo, luego quemar los restos y arrojarlos a la fosa más profunda del Tártaro.

Miré a Frank. Él y Calígula daban vueltas uno alrededor del otro, intercambiando golpes de vez en cuando, poniendo a prueba las defensas del otro. Debido a las flechas del hombro, Frank no tenía más remedio que decantarse por el lado izquierdo. Se movía con rigidez dejando un reguero de pisadas ensangrentadas en el pavimento.

Calígula acechaba a su alrededor, segurísimo de sí mismo. Lucia la misma sonrisa de confianza que cuando atravesó a Jason Grace por la espalda. Yo había temido pesadillas como esa sonrisa durante semanas.

Me sacudí el estupor. Se suponía que tenía que hacer algo. No morir. Sí. Eso estaba al inicio de mi lista de pendientes.

Conseguí levantarme. Desenfundé mi cuchillo de caza, un regalo de Harley, hijo de Hefesto. Me puse en posición de combate y me preparé para la arremetida del emperador.

Cómodo debió oír como sacaba la hoja. Se volvió y desenvainó su espada.

Para ser un hombre corpulento con armadura súper brillante, se movía muy rápido. Intentó darme un espadazo en el abdomen. El filo de su espada echó chispas contra la hoja de mi cuchillo.

Levantó la espada con las dos manos por encima de la cabeza para partirme en dos.

Me lanzó hacia adelante y golpeé con fuerza su estómago con mi arma.

—Je—sonreí com satisfacción.

Tal vez la armadura de cómodo lo hubiera protegido de un cuchillo normal, pero justo antes de conectar el ataque, active el mecanismo de mi arma, la hoja se cubrió de una fina capa de fuego griego concentrado.

La armadura se derritió y me permitió apuñalar al emperador en el estómago.

La cara de sorpresa de Cómodo se tornó en una de ira y lanzó su contragolpe. Me aparté de un salto cuando su espada bajó y se unido en el punto donde yo había estado. Una ventaja de luchar en la autopista: todas las explosiones y los rayos habían ablandado el pavimento. Mientras Cómodo trataba de sacar su espada, yo arremetí, apunté a la cabeza, pero Cómodo interpuso su hombro derecho. Enterré profundamente mi cuchillo en él al tiempo que empujaba con mi cuerpo.

Las pruebas de la luna: la Tumba del TiranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora