Capítulo veintiocho

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Tan pronto como llegué al pasillo, me agarré al barandal. No estaba segura de si me temblaban las piernas o si la torre entera se bamboleaba. Tenía la vista borrosa por las lágrimas acumuladas y respiraba con dificultad.

Debajo, San Francisco se extendía como una colcha arrugada verde y gris, con los bordes deshilachados por la niebla.

No se veía a los cuervos por ninguna parte, pero eso no quería decir nada. Un cúmulo de niebla seguía ocultando la parte superior de la torre. Esos asesinos podían lanzarse en picada en cualquier momento.

En el otro extremo del pasillo se hallaba el contenedor. Había un intenso aroma a rosas en el aire, y parecía proceder de la caja. Di un paso hacia ella y tropecé de inmediato.

—Ten cuidado—Reyna me agarró el brazo.

Sentí como una descarga eléctrica recorría mi cuerpo y estabilizaba mis piernas.

—G-gracias. Estoy...—se me escapó un sollozo.

Percy llegó conmigo y me dejó abrazarlo. Me aferré com fuerza a su camisa y no lo solté durante un tiempo. Me sentía a salvo en sus brazos.

¿Quien lo diría? Yo, la orgullosa diosa de la caza, sintiéndose segura en los brazos de un hombre.

—Necesitas atención médica—observó Reyna—. Tu cara es un espectáculo dantesco.

Ni siquiera me molesté en contestar.

Todo ese asunto del mensaje de Apolo me había afectado de verdad, primero yo había admitido haberle temido, y luego él disculpándose y todo... realmente lo extrañaba.

—¿Alguien trajo agua?—preguntó Percy.

Le tendí mi cantimplora (consejo, siempre tengan donde llevar agua a mano)

El retiró el tapón y vertió algo del líquido en su mano. El agua empezó a moverse por su mano, limpiando y cerrando algunos cortes poco profundos y reparando heridas.

Después, repitió el mismo proceso conmigo y con Reyna. Definitivamente necesitaríamos tratamiento profesional una vez volviéramos al campamento. Pero por el momento tenía que bastar.

Percy se volvió para observar el contenedor de transporte. Tenía un par de plumas negras enredadas en su cabello rebelde. Su ropa estaba hecha jirones y ondeaba al viento como fragmentos de algas.

—¿Es es eso?—se preguntó mientras me frotaba la espalda para reconfortarme—. Y seriamente ¿por qué huele a rosas?

Buenas preguntas.

Medir la escala y la distancia en la torre era difícil. Colocado contra las vigas, el contenedor parecía pequeño y cercano, pero probablemente estaba a una manzana entera de nosotros y era tan grande como el garaje del carro lunar en el palacio de Luna. Instalar la enorme caja roja en la torre Sutro debía de haber sido una ardua empresa. Por otra parte, el triunvirato tenía suficiente dinero para comprar cincuenta yates de lujo, de modo que probablemente unos cuantos helicópteros de carga.

La pregunta más importante era "¿por qué?"

De los lados del contenedor salían cables de color bronce y oro que se entrelazaban alrededor del poste y las vigas transversales como cables para tierra, conectando con antenas parabólicas, agrupaciones de antenas de telefonía móvil y cuadros eléctricos. ¿Dentro había algún tipo de estación de control? ¿El invernadero para rosas más caro del mundo? ¿O tal vez el plan más complejo de la historia para piratear canales por televisión de paga?

La parte más cercana de la caja estaba provista de puertas de carga, con las barras de seguridad verticales llenas de gruesas cadenas. Lo que había dentro estaba pensado para seguir allí.

Las pruebas de la luna: la Tumba del TiranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora