"El juramento de un enamorado no tiene más fuerza que la palabra de un mozo de cervecería. Uno y otro no sirven sino para confirmar o certificar cuentas falsas."
― William Shakespeare
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KOU MIRÓ A MITSUBA CON MOLESTIA. El sol de la tarde pintaba el cielo de un tono cálido, y el brillo en los ojos del otro chico reflejaba una determinación sin igual. Estaban en su lugar secreto, un claro en el bosque donde solían escapar del bullicio y las expectativas del mundo exterior.
—¿Me amas? —preguntó Kou, con una incertidumbre que apenas lograba disimular. Su corazón latía con fuerza en su pecho, anhelando escuchar la respuesta que temía al mismo tiempo.
—Más que a nadie —respondió con una suave sonrisa, deslizando su mano sobre la del rubio en un gesto reconfortante. Había algo magnético en la forma en que sus miradas se encontraban, como si un universo entero se desplegara en la conexión de sus ojos.
—Demuéstralo —le desafió, levantando una ceja con un atisbo de impaciencia. Él no quería una declaración de amor común, quería algo más. Algo que probara la verdadera profundidad de los sentimientos del afeminado.
Mitsuba frunció el ceño, sin entender del todo la petición de Kou. ¿No había demostrado ya su amor de mil maneras? Cada palabra cariñosa, cada gesto de complicidad, cada momento compartido... ¿no eran suficiente prueba de su amor incondicional?
—¿No lo he hecho antes? —preguntó, sintiéndose un tanto confundido por la demanda. Sin embargo, su tono de voz denotaba una genuina curiosidad, deseoso de comprender el pedido de su amado.
—Sí, pero haz un pacto conmigo... un juramento —insistió, con la mirada fija en la de él. Había una intensidad en su mirada que transmitía una necesidad desesperada de afirmación y seguridad en su relación.
—¿otro? —repitió, sin apartar la mirada de los ojos azules que tanto amaba. La ligera brisa mecía sus cabellos oscuros, y un destello de determinación brillaba en su mirada.
—Sí, el anterior fue no abandonarnos incluso estando en nuestro peor momento, pero... quiero uno donde me sirvas solo a mí. Incluso después de la muerte. Necesito saber que estaremos juntos por la eternidad, que ninguno de los dos abandonará este amor que nos une.
—Lo juro —declaró con solemnidad, a medida que entrelazaba su meñique con el de Kou alrededor de un círculo rojo trazado en el suelo, sellando así su promesa con un gesto simple pero significativo. El viento susurraba su aprobación, como si la naturaleza misma reconociera la solemnidad del juramento que había tenido lugar.
