3. Decisiones

3.3K 337 0
                                    

La peor parte de tener que separarte de alguien, independientemente de qué haya sido esa persona en tu vida, es olvidarla. Tener que desapegar esa emoción a la fuerza, forzarte a hacer algo que no quieres, luchar contra tus sentimientos para ganar contra la razón. Hacer lo que debes y no lo que quieres. Claro está que para cada situación, podría costar menos, como también podría ser un proceso completamente agotador. Pero nadie te prepara por si esa persona involuntariamente está atada a ti, con tu acta de vida de sus manos sin que lo sepa.

Y me tocaba a mí cortar el hilo que me unía a él.

─ ¿Está segura de lo que me está diciendo?

La voz del doctor me devolvió a la realidad al hablar, haciéndome enfocar los ojos en los suyos, los cuales me miraban con cierta inquietud e inseguridad. Asentí lentamente, sin ánimos a ese punto para siquiera separar los labios.

─ Repasemos las consecuencias del proceso, ¿bien? ─ Dijo acomodando mi ficha médica a un lado, apoyando los codos sobre su escritorio y entrelazando sus dedos junto a un suspiro. ─ La operación podría... Existen dos opciones. ─ Se retractó, enderezándose en el asiento. ─ Basado en los casos que hasta hoy en día se conocen, obviamente; corre la posibilidad de que extrayendo la raíz, junto a eso se lleve el núcleo de los vínculos emocionales, ¿me explico? ─ Preguntó, a lo que incliné la cabeza hacia un costado. ─ Podrías perder la habilidad de sentir emociones de todo tipo, todas, o algunas, pero está cien por ciento asegurado que no volverás a experimentar... amor. ─ Si es así como amar se siente, ¿por qué querría volver a hacerlo? Volver a sufrirlo. ─ Señorita Misa,-

─ ¿Cuál es la segunda opción? ─ Inquirí, interrumpiéndolo.

─ Podría tratarlo. Con los avances en el tema, podría someterse a un tratamiento. Tendrá sesiones mensuales para extraer partes sobresalientes de la raíz, los medicamentos podrían llegar a retener por un corto plazo los síntomas y el crecimiento. ─ Dependencia al hospital, en otras palabras.

Pero nada de eso ayudaría puntualmente al verdadero problema de la situación. El síndrome de Hanahaki sólo te permitía enamorarte una vez de una persona. No hay muchos estudios debido a los pocos casos que hasta hoy día se conocieron, y yo era parte de ese pequeño porcentaje.

─ Aún así... ─ Volvió a hablar el doctor. ─ Todavía puede decirle a esa persona que-

─ ¿Y obligarlo a relacionarse conmigo? ─ Enarqué una ceja, sin entender al punto al cuál quería llegar, o mejor dicho, al punto al cual todos los que hacían esa recomendación querían llegar. Si tenía el valor de declararme a esa persona, no haría más que A) ser rechazada inmediatamente debido a la situación en la que él se encontraba -estar en pareja, yo ser su alumna- o B) hacerle sentir culpable porque inevitablemente tiene mi vida en sus manos y someterlo a una relación forzada, de la cual no serviría de nada si ya de por sí sabría que el sentimiento no sería mutuo, la raíz crecería, eventualmente me mataría pero por lo menos la parte de mi cerebro que se encarga de mi imaginación me haría vivir todo el tiempo en una utopía donde él efectivamente sí me ama.

Me ha tocado ser una persona que en algún punto de su vida sólo tenía dos opciones, vivir o sobrevivir. Me ha tocado y ya no había elección a un futuro normal como la mayoría en ésta etapa de su corta vida.

─ Mire, ─ Se aclaró la garganta, claramente queriendo dirigir la conversación a otro rumbo. ─ Como doctor, le concederé su palabra. No hacemos ese tipo de operaciones en éste hospital, me encargaré de que le den fecha en el mejor lugar de confianza. Me lamento que no será pronto, llevará un tiempo hasta que confirmen. Mientras tanto... ─ Abrió uno de los cajones en su escritorio, sacando un folio que parecía no abrirse hace mucho. ─ Por favor, considere esto. ─ Dijo extendiéndome la carpeta con las hojas. ─ Tal vez le ayude en el tiempo de espera. ─ Sonrió, tratando de ser reconfortante.

Sin más, después de proporcionarle algunos datos personales para mi ficha medica a entregar, tomé mis cosas y salí a la fría tarde, sin rumbo en ese horario donde debería estar estudiando, en mi dormitorio o entrenando. 

Ante mis ojos, lamentablemente ya no había color en absolutamente nada. Era todo opaco, en tonos cálidos que se suponía deberían ser lindos, extraídos directamente de alguna vieja grabación, pero yo sólo veía todo aburrido. Sin ánimos ni motivación. Y todo gracias a un sentimiento involuntario.

Dolía tanto, tanto pensar en él pero a la vez me hacía temblar las rodillas, acelerar mi pulso y calentar mis mejillas. Mi pecho se oprimía por la falsa esperanza al recordar su sonrisa desganada, sus ojos cansados, su indiferencia. Mi mente volaba a mil por hora para luego estrellarse contra el pavimento tan fuerte que las lágrimas desbordaban sin previo aviso por mis ojos y ahí estaba otra vez,

con mi garganta ardiendo, mis labios goteando el metálico néctar rojo de mi corazón y mi vista sobre mi mano sosteniendo otro pétalo.

𝙷𝚊𝚗𝚊𝚑𝚊𝚔𝚒 // Aizawa S. X LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora