VI. 739

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Un espiral de colores estaba avanzando intentando meterse en su cabeza. A medida que sus músculos se relajaban los colores se desvanecían y casi sintió que la gravedad se perdía bajo sus pies, pero ganó estabilidad cuando dio su primer paso.

Mientras caminaba por un pasillo largo y oscuro, se sostenía de las paredes tratando de avanzar más rápido hacia una luz que entraba por el hoyo de salida al fondo del camino. 

Cuando la absorbió su cuerpo, el escenario se convirtió en un campo de lavanda con un olor especial a flores y, a medida que avanzaba hacia el horizonte, los colores se volvían cada vez más cálidos.  Una luz cegó su mirada. Perdió el temor cuando sintió una mano tomando la suya y la llevó consigo hacia una pequeña loma verde. 

La luz era intensa, pero pudo ver su rostro. 

─ ¿Rosé? ─La rubia sólo sonrió a su lado y la llevó a sentarse con ella. Luego se echaron a mirar al cielo, aún tomadas de la mano, observando las nubes. La morena señalo una con forma de tortuga y su acompañante señalo una con forma de Nayeon

─ ¿Nayeon? ─dijo la morena.

Roseanne asintió riendo. Luego abrió los brazos y se tiró sobre la pequeña morena para abrazarla. Terminó sobre ella, sonriendo, con sus narices rozándose. 

Sintió su rostro ardiendo. 

─ ¿Nini?

─ ¿Umm?

─ Despierta.

Abrió los ojos. 

─ ¡AHHKGF! ─El rostro de la genio estaba realmente cerca─. ¡¿QUÉ HACES AQUÍ?!

─ Yo vivo aquí. ─sonrió Rosé.

¡¿QUÉ HACES TAN CERCA DE MI ROSTRO?!  

─ ¿Sabes qué día es hoy?

─ Uhm. ─Jennie estiró su brazo hacia el celular que posaba sobre la mesa de noche─. Rosé, son las 6 de la mañana. ─Lloriqueó.

─ No. Es jueves. Tu día libre. Me prometiste que iríamos al parque a comer esa bella cosa rosada.

─ A esta hora no venden algodón dulce en ninguna parte, Rosé.

─ Entonces esperaremos a que vendan.

Jennie suspiró derrotada. ─ ¿Puedes salir de encima?

─ Oh, claro. ─La más alta se hizo a un lado. 

Jennie se acomodó de lado. 

Y volvió a dormir. 

Hasta que sintió una mirada sobre su rostro. 

Una mirada intensa. 

Dedos deslizándose por su frente, bajando o su nariz hasta llegar a sus labios.  

Una vez. 

Dos veces. 

Tres veces. 

Cuatro. 

─ No vas a dejar que duerma, ¿verdad?

─ ¿En el parque hay animales?

─ Hay palomas. ─dijo cerrando los ojos. 

─ Oh, no me gustan las palomas. Solía ​​alimentarlas hasta que un día me atacaron y se llevaron el pan que estaba intentando darles. Luego me persiguieron por la calle.

─ ¿Segura que eran palomas?

─ ¿No hay otros animales?

─ Bueno, hay insectos.

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