22. Reyna Bell.

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Bruno empujó de su espalda a través de los pasillos del Mentor College, bien uniformado de saco y pantalones formales caminaba a duras penas para llegar hacia el jardín del lugar, donde estaba Reyna Bell, una chica bonita de largo cabello castaño y sonrisa que traía vuelto loco a Joseph Myers.

Era la típica chica nerd/popular que podías encontrar en aquellos libros virtuales que leía su hermana entonces, que proclamaba ser una mujer fea cuando muchos hombres sólo deseaban pasar tiempo sentados junto a ella para admirarle y él no era la excepción.

Bruno y él, pasaban tiempo contemplando su belleza desde el primer año, y cuando estaba por acabar, su mejor amigo tuvo que arrastrarlo hasta estar frente a frente.

—Hola —sonrió torpemente Joseph, un joven de dieciséis años por supuesto que sería así de torpe. Maldijo que fue la única frase que salió de sus labios.

—Hola —había respondido ruborizada, también Joseph estaba en la mirada de muchas chicas, y Reyna no estaba fuera de esa lista.

Y desde entonces, Bruno, Joseph y Reyna se dedicaban a charlar durante los descansos, los mejores amigos que se convirtieron pronto en algo más íntimos y Bruno comenzó a sentirse excluido por ellos.

Al principio le agradó saber que su amigo tenía algo de libertad, seguridad y esperanza luego del accidente de su hermano James, pero en cuanto Joseph y Reyna se hicieron pareja y la salidas a restaurantes, parques, cine y demás, solo fueron ellos dos, comenzó a sentir celos.

Para sorpresa de Joseph, Reyna era además de inteligente y bonita, muy candente y letrada. Algo que le impulsó a ser lo que era en el presente, y durante los cuatro años de Preparatoria fueron la pareja más envidiada del colegio, incluso cuando Joseph decidió estudiar en una Universidad diferente a la de Reyna.

Desde el inicio de su carrera, le otorgó el deseo que muchas mujeres esperan, y fue la seguridad de que cuando se graduase ellos se casarían.

Prometida durante cinco años, creyó que nunca llegaría el día en consumarse aquel matrimonio.

— ¿En verdad crees que suceda? —le preguntó Reyna a Bruno jugando con el anillo que llevaba en su mano—. Es decir, tener que esperar seis años completos y quién sabe si Joseph todavía no querrá hacer más estudios.

—Ya ves que tiene la idea de abrir su empresa con James, que loco, ¿no? —Reyna rio sorbiendo de su café cappuccino en la cafetería favorita de Bruno—. ¿Vas a esperarlo? Sólo falta un año más.

—He estado en una relación durante nueve años, ¿no podría esperar uno más?

—No lo sé, debe ser aburrido cuando Joseph solo se la pasa estudiando y rara vez viene a Toronto, no has pensado, ya sabes... —los ojos de Reyna le inspeccionaron intentando comprender a lo que se refería.

Ninguno de los dos se atrevió a hablar cuando ella colocó su mano sobre la del joven que le sonrió enseguida. Acercaron sus labios en un beso fugaz, pendientes de que nadie conocido los hubiese visto y se ruborizaron al descubrir que un deseo crecía dentro de los dos.

Casi por instinto se volvieron a acercar para una presión en sus labios larga y demandante.

Y desde entonces sostuvieron una relación más cercana que la original, inspirados por el misterio y el miedo a ser descubiertos, se mantenían en bajo perfil en la casa del otro, restaurantes lejos de lugares concurridos y centros comerciales. Pasaron desapercibidos como buenos amigos en la familia de Joseph Myers, incluso después de haber empezado a planear el anuncio del compromiso de su amigo y la mujer que amaba.

Eran aproximadamente las tres de la tarde, la recepción en el Hotel más lujoso de Toronto se estaba llevando a cabo, las personas llegaban con regalos, y bien vestidos, Joseph se encontraba ansioso, sus manos sudaban, feliz por su graduación y por aquel anuncio.

Sus padres orgullosos porque después de todo, había sido un gran hijo, recto y con el camino bien establecido, nunca dudaron de él. Y después del casamiento de su hija Eleanor con un hombre que no le interesaba otra cosa más que su necesidad de escuchar que el mundo lo amaba; ellos no tenían mucho que esperar acerca de la mujer que se llamaba la prometida de su hijo. Aun después de haberla conocido durante diez largos años, querían estar seguros de que fuera la indicada.

Vestido de un traje azul oscuro y camisa clara, acomodaba constantemente su corbata y el largo de esta, revisaba si sus zapatos brillaban lo suficiente o aquel peinado relamido que toda su vida odió llevar. Reyna esperaba de él lo que un caballero debía ser, serio y con porte, y era lo que siempre le había entregado.

Sonreía a las personas que se acercaban para felicitarlo y luego caminaban hacia el lugar del evento, era obvio cuál sería la noticia, todos lo estaban esperando, durante diez largos años.

El único heredero de la cantidad inhumana monetaria de su padre y todas las acciones a comprobar, pero todo era meramente material, él sólo quería a Reyna Bell como su pareja y pasar una vida sencilla.

Media hora, una hora...

Joseph llamó incontables veces a la mujer, para que todas y cada una de ellas lo mandara al buzón de la operadora. No quiso pensar mal, no quiso imaginar las situaciones por las que ella podría estar pasando y por la que no quería que se desenlazara en esos momentos.

—Seguramente se está preparando, ya sabes cómo son las mujeres en arreglarse —rio su padre tomando su hombro, sabía que su hijo se encontraba ansioso y poco faltaba para que también él lo estuviera—. Ve a buscarla a su habitación, los llamaré a cenar y pospondremos el anuncio para más noche.

Joseph asintió a su padre y le abrazó, simplemente sintió que era lo correcto. Subió al segundo piso del hotel, repitiendo una y otra vez el número de habitación.

La abrió como de costumbre, después de todo era su prometida.

— ¿Reyna? —murmuró seco al verla sobre un hombre disfrutando de una danza frenética. Tragó con fuerza y repitió su nombre un poco más fuerte, solo que esta vez parecía un grito desesperado—. ¿Qué estás haciendo?

«Por supuesto que sé lo que está haciendo.», exclamó su subconsciente.

Parpadeó con fuerza cuando la vio cubrirse y vislumbrar al hombre que yacía debajo de su prometida.

—Joseph, no es lo que parece.

— ¿No es lo que parece? ¿Y qué parece Bruno? —bramó agitando los brazos sin qué decir exactamente—. ¿Ella se cayó sobre ti y simplemente surgió?

Rio con furia, desarregló su corbata y de pronto sintió que la habitación se hacía más pequeña y toda pizca de raciocinio dentro de él se fue.

—Joseph, por favor. Lo amo —Reyna silenció cualquier otro comentario luego de percibir los ojos del hombre sobre de ella—. Lo siento.

«Lo siento, ¿lo siento?», asintió riendo una vez más.

Su sonrisa se esfumó cuando volvió su vista hacia ellos dos y se dio cuenta que, en diez largos años, ella aun no le había dicho que lo amaba. Y que no lo haría nunca.

Aplaudió lentamente casi por instinto y salió directo hacia el ascensor, al presionar el botón de la planta baja notó que temblaba, contuvo las lágrimas y aspiró con fuerza. No le daría la satisfacción de sentirse superior a él.

Caminó con agilidad hacia la entrada del salón donde todos se encontraban cenando amenamente. El repiqueteo de una copa lo hizo girar para ver a su padre a punto de anunciar que ellos estaban por fin ahí. Negó con lentitud hacia su padre e instantáneamente todos en la sala giraron a verlo.

De pie en la entrada, solo y sin ningún plan de cómo excusar lo que había sucedido. Lo único que salieron de sus labios fue un tartamudeo.

—No habrá compromiso.

Escuchó la gran ola de voces preguntándose lo mismo que él al alejarse.

"¿Por qué? ¿Qué pasó?" Ni siquiera sabía qué fue lo que deliberadamente la llevó a realizar tal acto que consideraba traición.

Y lo más importante de todo, ¿qué había hecho mal para llevarla a tomar aquella decisión?

La Diosa de la Noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora