3. ¿Y los demás?

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Sus ojos se movían con velocidad intentando leer una y otra vez la misma línea de hace por lo menos cinco minutos y no tenía espacio para otro pensamiento más que su jefe. Soltó un resoplido mientras dejaba caer el libro en la pequeña mesa junto a ella.

Descansaba en el frío aire de esa noche en la terraza de su departamento, adornado con unas cuantas luces blancas para iluminar el lugar, con piso de madera, tenía un sofá redondo color vino con unas cuantas cobijas que la cubrían totalmente, algunas plantas de fácil sobrevivencia, porque para sus manos le era difícil mantenerlas con vida. Justo al lado de la puerta corrediza había una mesa en donde ponía el chocolate que ya no era caliente sino un hielo y el libro que tanto le gustaba. Estornudó varias veces y supo que ya era momento de volver a la calidez de su hogar.

Aunque no podía negar que ese fuego ya le abrasaba el cuerpo, luego de la exhaustiva sesión de entorpecer su trabajo durante el día, Joseph Myers se atrevió a acorralarla en el ascensor y dejarla con unas ganas que nunca había creído tener ni siquiera en sus años más calientes en la adolescencia. Se prometió a sí misma entretenerse con el mismo juego que tenía el hombre, pero no sabía ni siquiera cómo mover las piezas, estaba de acuerdo en que ella hacía las mismas seducciones en el bar para conseguir más propinas, pero ahí nadie la conocía no obstante sí había muchos clientes que regresaban pidiendo más.

Joseph era diferente, además de ser su jefe y el primero en darle la oportunidad de creer en lo buena que era siendo intérprete. Combinó sus pensamientos con el repentino cambio de aires en el clima y suspiró una vez más imaginando al hombre.

—Si tienes alguna idea, es momento de hacérmela saber —habló en voz alta y era verdad que no tenía idea de qué hacer, podría decir que estaba enferma y no regresar nunca más. Rio ante su pensamiento, no dejaría un trabajo tan bueno sólo porque no sabía cómo manejar al tipo que estaba más bueno que el chocolate y con aquel color bronceado deseó saber si era producto de su arduo trabajo en el sol o porque simplemente su tez era tan deliciosamente atractiva.

Se levantó de la silla para caminar dentro del lugar con las cobijas arrastrando por el piso, sus calcetines de ositos verdes, una pijama colorida y el cabello desparramado por todo el rostro, esa era su vista fuera del trabajo algo que no hacía normalmente. Lo regular y la regla más importante en su vida esos momentos era dejar el trabajo alrededor de las seis de la tarde y dirigirse directamente al gimnasio que se encontraba cerca de la Alameda, en una zona de buen poder adquisitivo, donde naturalmente iban la mayoría de los hombres más buenos de la ciudad, no porque quisiera ver a alguien, sino porque sabía perfectamente que si alguien no la estaba viendo con deseo no realizaba los ejercicios con esmero, una táctica eficaz que descubrió de su amiga Juliet.

Eran aproximadamente las diez de la noche, se sintió completamente estresada al pensar que su cuerpo quería hacer ejercicio a esa hora en comparación de su cerebro que solo quería ir directamente a la cama. Vistió con unos leggings y un top verde oscuro, amarró su cabello en una coleta muy alta y tomando su bolsa de ejercicio salió en dirección al gimnasio.

Entró y enseguida se colocó los audífonos, estiró un poco observando la poca afluencia de personas que había en ese momento, ese día no tendría el deseo de nadie más que el de ella para liberar un poco de estrés.

Subió a la caminadora por media hora a una velocidad razonable y se perdió en sus pensamientos.

Joseph la pudo divisar enseguida que entró al lugar, se encontraba realizando flexiones en cuanto la mujer bajó de la caminadora, el deleite era insuperable especialmente la manera en la que movía su cuello para estirarse o incluso como bajaba para recoger las pesas que usaba.

Estaba tan inmersa en su meditación que ni siquiera le hizo caso cuando pasó junto a él directo al espejo para limpiar el sudor del cuerpo, enmarcó una ceja divertido, no había mujer en la tierra que no quisiera verlo hacer ejercicio y ello lo ignoraba olímpicamente. Dispuesto a no dejarse vencer se acercó a ella y en cuanto Noira logró verlo a través del espejo se quitó los audífonos para murmurar una maldición.

La Diosa de la Noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora