La noche de capas blancas vestía el lugar que se mostraba a través de los ventanales de la habitación, sin sonido alguno, solo el de sus respiraciones que se agitaban con cada movimiento.
Noira se atrevió a acercarse hacia él y rápidamente sentándose a horcajadas sobre suyo sus mejillas se tiñeron de un leve color rojo que con la leve luz que entraba por las ventanas la hacía parecer lo que su apodo era, una Diosa, eso y la hermosa pijama de tirantes color azul oscuro que combinaba a la perfección con su piel.
Joseph no podía pensar en nada más que en el dulce peso que aprisionaba sus caderas y la manera en que le miraba, no tuvo que decir ni una palabra para que se diera cuenta de lo que quería hacer. Aunque aquella inocencia la delataba y era algo que le fascinaba de la mujer, pero nunca imaginó lo que Noira estaba por decirle.
—Lo siento —él sonrió con gentileza colocando sus manos a cada lado de sus piernas, saboreando la tersa piel de su compañera. Para Noira que era algo nuevo y si iba a entregarse de esa manera, no dudaría en hacérselo saber—. Yo nunca...
No continuó, pareció que decir la palabra o incluso la frase que Joseph imaginó que diría le apenaba, y comprendió luego de saber que muchos hombres les parecería ofensa que una mujer de su edad estuviera en tales situaciones, o incluso les alegraría saber que desfloraban a una delicada mujer como ella.
Tomando de su cuerpo, balanceó para dejarla debajo suyo y tomar el mando del momento.
—No haré algo que no quieras que haga —ella asintió y un dulce aroma varonil llegó a su nariz.
Noira gimió ante la presión de los labios del hombre contra los suyos, suaves y benevolentes con su inexperiencia y aquellos movimientos lentos que hicieron que pidiera por excusas para seguir haciéndolo toda la vida.
Lo sintió bajar a recorrer su cuello, mordisqueando cada punto existente sensible en ella.
—Joseph —aquel vago suspiro que llegó a sus oídos lo hizo perder la cabeza y uno de sus más grandes deseos al escucharla decir su nombre de esa manera se completó, pero quiso más.
Subió hasta sus labios para besarlos otra vez, ella intentó tomar el rostro del hombre para manejar la situación como mejor podía, pero no pudo cuando sus ojos se encontraron con los suyos.
Entonces Joseph supo que sí quería volverse inmortal para estar con aquella Diosa.
De pronto el raciocinio desapareció del cuerpo de la mujer y echó la cabeza hacia atrás para darle paso a que hiciera de su cuerpo lo que quisiera. Ni siquiera supo por qué, pero quería estar con él ese noche.
El hombre no estaba para nada mejor que Noira, su cuerpo y mente ardían por todos los pensamientos, posiciones y movimientos que podría hacerle, y tan solo uno sobresaltaba de todos ellos, quería hacerla feliz, y que el momento fuese especial para ella. Comenzó a frotar su cuerpo contra el de la chica y ambos murmuraron una súplica en sus mentes para tocarse mutuamente sin ropa.
Pensó con agitación y no paró de besar sus labios mientras bajaba con una mano a acariciar su espalda que se arqueó ante el toque sereno del hombre, de pronto los ojos azules de la mujer se oscurecieron de placer, sus vellos se pusieron de punta, era hermosa.
El nombre de la chica salió de sus labios con una voz ronca y rodeando su cintura para cargarla le acomodó mejor en la cama. Apretó su mandíbula al evitar hacer algún sonido que la hiciera sentirse apenada y comenzó su trabajo para desvestirla. Y, de cualquier manera, ella se sonrojó, angustiada cerró los ojos para no ver su reacción.
—Te he visto en ropa interior en el Bar, y ahora te avergüenzas de que vea tu cuerpo —ella rio llevando sus manos al rostro para taparse. Sintió la mano de Joseph entrelazando con la suya para que le mirara—. Eres la mujer más hermosa.
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La Diosa de la Noche.
RomantizmNoira Clyde, una traductora con la esperanza de conseguir el trabajo de su vida. Luego de la muerte de sus padres se vuelve lo contrario y se convierte en el sueño de todos los hombres en el Burd'Elle Bar además de ser partícipe de los deseos de su...