23. Amor, ¿qué es eso?

153 6 1
                                    

Joseph se sintió diminuto al terminar de contarle y en parte ridículo por creer que su dichosa historia podría compararse con la de Noira y sus padres, es más, el querer compararse con ella era simplemente inaceptable.

Aquel gesto de inseguridad pudo advertirlo y entendió que ella era la primera en escuchar lo sucedido. Callada diagnosticó la situación rápidamente, con la mano de Joseph aun sostenida por la suya bajó del sofá donde se encontraba sentada y le abrazó.

—Reconozco esa mirada, crees que tus problemas no tienen importancia —mordió su labio pensando la manera en la que mejor podría animarlo y se alejó para ponerse frente a él—. Pero lo tienen, tú no hiciste nada malo y es momento de que alguien te escuche para que logres ser feliz.

Joseph asintió hipnotizado por sus palabras y comprendió que aquella mujer era incomparable, no le juzgó ni preguntó de más, sabía que podía esperar el tiempo para escucharlo y que por fin liberara la decepción y rabia que llevaba por dentro. Le miró con profundidad ceñudo y pensante de lo mucho que le gustaba tenerla cerca. Ella dejó que los brazos del hombre la envolvieran una vez más y supo que lo único que haría sería amarla y que querría darle lo mismo en respuesta. Él era el sueño del que nunca creyó conseguir y deseaba sostener su mano por mucho tiempo más.

Se separó por unos momentos para contemplar aquellos ojos azules que lo inspeccionaban todo el tiempo y la sonrisa que se formó en su rostro nerviosa le recordó dónde estaba realmente su corazón, quería quedarse ahí y nunca más irse.

Y la próxima vez que la sostuvo entre sus brazos no despegó la mirada de ella en ningún momento hasta recostarla sobre el sofá. Examinó cada peca, arruga, y vello que tenía, aquellos hoyuelos imperceptibles cuando hacía gestos para recriminar lo que hacía, su inexplicable relación se había vuelto sólida y a juzgar por sus expresiones, ella también lo notaba. Con su pulgar acarició las cejas peinándolas, y pasó hacia su mejilla para sentir la piel tan suave con la que desde un principio siempre soñó, hasta llegar a aquellos labios carmín que Noira abrió invitándolo a acercarse.

—Te necesito.

En un susurro apenas audible para los dos en aquella pequeña habitación, cuando sus manos encajaron a la perfección, se acercó a besarla y sentir toda la calidez que tenía para darle. Sus labios no se abrieron más para dar paso a un beso demandante, sino a uno con ternura que los dos lograron apreciar. Los corazones agitados y un sentimiento de paz que consagraba aquella delicadeza con la que sus manos encontraron el camino para entrelazarse y descansar en el brazo del sofá por sobre su cabeza.

Y ninguno reparó en el momento que volvieron a la cama para terminar lo empezado, estaba encantado con cada parte de su cuerpo, de su personalidad, la inteligencia y astucia que tenía, todo en ella le llamaba la atención, quería conocer más—. Si tú me dejaras amarte Noira.

Susurró como si no quisiera que nadie supiera de ello. Noira lo escuchó como una petición, un ruego que le impulsaba a dejar que lo hiciera. Besó los nudillos del hombre en un suave ademán y no hubo tiempo de decir nada más cuando se fundieron en otra ola de deseo y afecto.

Acurrucados sobre la cama y la cobija cubriéndolos por completo, Noira disfrutó la caricia que Joseph le hacía sobre el brazo tarareando nuevamente aquella canción.

—Nunca me has platicado sobre de dónde eres realmente —lo único que creía recordar era que sus padres no eran biológicos—. ¿Canadá?

Negó como si pudiese verlo y pensó cómo explicar que ni siquiera él sabía de dónde provenía.

—Bueno, creo recordar que mi primer orfanato fue en Suiza, y a partir de ahí recorrí gran parte de Europa al ser adoptado por diferentes padres —suspiró recordando cada momento de aquellos días de su niñez. La mujer no quiso imaginar lo difícil que seguramente había sido en su momento—. No puedo quejarme, aprendí muchos idiomas al menos, me ayudó a posicionarme bien en la industria y los estudios.

Muchas preguntas se ahogaron en su garganta esperando a que alguna de ellas saliese como un taladro de sus cuerdas vocales disparadas hacia la memoria del hombre que seguía inspirado canturreando, algo que no le había visto hacer antes de llegar a la casa de sus padres.

Era felicidad y efectivamente Joseph se sentía a gusto junto a ella.

—Joseph —recibió un balbuceo de su parte y paralizada por su respuesta se atrevió a continuar—. ¿Qué somos?

—Somos... —pensó por unos segundos, acomodó la barbilla sobre la cabeza de la mujer y le abrazó un poco más fuerte para luego liberar su agarre—. Somos un jefe y su empleada, que se enamoró de ella en cuanto la vio. La testaruda empleada se hizo algo más que eso, y el jefe ahora desea que lo acepte.

— ¿El jefe no duda de ella?

—No lo hace, podría decir que hasta ha llegado a amarla.

Le tomó por sorpresa saber que ya la consideraba de tal forma. Y sintió que también compartían los sentimientos.

— ¿Me amas?

— ¿Y qué si lo hago? —preguntó sobre su oído, se estremeció por la cercanía de su voz ronca—. ¿Estarías conmigo Noira? ¿Dejarías que te ame?

Y con cada palabra mencionada hizo que girara a verlo para acabar anonada por la sinceridad que emanaba su voz y semblante. No evitó destellar felicidad y asintió levemente.

Seducido por el colorfavorito en sus ojos elevó la comisura de sus labios y se acercó a besar sufrente y es que nunca se cansaría de hacerlo.

La Diosa de la Noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora