Capítulo 1: Emma

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“Y es así como será siempre, me digo a mi misma. Él y yo. Yo y él.

Y me sorprendo a mí misma repitiéndome esto mentalmente, una y otra vez.”[1]

 

Con un suspiro cerró el libro y se recostó en el sillón. Perderse en las páginas de un libro era lo que más disfrutaba Emma y, aunque los de aventuras le atraían, eran las novelas románticas las que la hacían suspirar y sonreír tontamente.

Miró el reloj, su próxima clase empezaba en 10 minutos. Rápidamente guardó el libro y se dirigió al tercer piso de la universidad. Justo antes de entrar al aula su celular empezó a sonar al ritmo de “I´ve just seen a face”.

—¿Mamá? —Dijo intentando controlar su respiración.

—¡Hola Em! tu padre y yo tenemos que viajar. Cosas de trabajo, ya sabes, tndrns qne darne u e cmr l egro.

—¿Qué? —Nadie respondía del otro lado del teléfono—, ¿Mamá? ¿Estás ahí?

—Perdón hija, estaba comiendo. Te decía que tendrás que alimentar tú al perro, olvidé hacerlo antes de salir de casa.

—Bueno mamá. Tengo que entrar a clase, luego te llamo.

—Está bien, ¡ah! ¡Y no olvides regar las pl…

Emma cortó la llamada.

—Buenos días. —Dijo y se sentó en su lugar. Literatura era obviamente su materia preferida. Sin embargo, la llamada de su madre mantuvo su mente ocupada toda la clase y para cuando esta terminó todo lo que había anotado en su cuaderno era la fecha. Hacía tiempo que Emma había dejado de intentar comprender a sus padres, su desinterés por cualquier cosa que no fuera su trabajo la irritaba y la descolocaba. Suspiró resignada y se levantó de su asiento, guardó sus cuadernos y sin muchas ganas se puso la bufanda. El frío invierno había llegado y Emma no era precisamente amante de esta estación. No había un motivo en particular, simplemente el frío intenso no le gustaba y le entusiasmaba muy poco saber que durante los siguientes cuatro meses lo único que usaría serían camperas enormes, bufandas, guantes, medias largas y asfixiantes poleras.

Al abrir la puerta escuchó a Grom, su fiel compañero de cuatro patas, rascar la puerta del patio. Dejó su bolso en el sillón y se acercó rápidamente al animal.

—Hola, pequeño. —Le saludó acariciándole la suave cabeza y rascándole detrás de las orejas.—Ven, vamos a comer.

Emma sirvió al perro su alimento balanceado, recalentó un poco de pollo que había sobrado de la noche anterior para ella, encendió el televisor, y se sentó a la mesa. —Grom, no, correte. ¡Grom! —Gritó no muy fuerte al ver que el animal, luego de acabar su comida en un instante, se acercaba a ella e intentaba alcanzar su plato.

Grom era un hermoso Gran Danés de color negro que le habían regalado para su cumpleaños número veinte. Al llegar al hogar de los Pivoty, y a pesar de tener solo cuatro meses de edad, Grom ya tenía un tamaño considerable y ahora, con casi cuatro años, se había convertido en el “caballo” de la cuadra, al menos así lo llamaban los vecinos. Emma amaba a su mascota y, dada la constante ausencia de sus padres, Grom se había convertido en su mejor compañía y apoyo.

¡Llegó el invierno! Así es señoras y señores la temperatura mínima para el día de hoy es de dos grados y la máxima es de diez grados centígrados. A abrigarse y a disfu...—Emma apagó el televisor con mala cara ¿cómo podía ese meteorólogo demostrar alegría ante una estación tan…gris?

Lo que quedó de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora