Capítulo 9

212 11 1
                                    

 Pasaron tres semanas completas, los exámenes la estaban volviendo loca y las vacaciones de invierno parecían cada vez más lejanas a medida que sus nervios y estrés aumentaban. Sumado a los nervios por sus estudios estaba la ansiedad que le causaba vivir sola ya que, luego de varias discusiones, sus padres se mudaron a España y ella se quedó en Argentina. Su casa ahora estaba decorada con un enorme cartel que decía “En venta” y que la hacía morir de angustia cada vez que lo veía. Era un lugar muy grande para vivir sola pero ella había crecido entre esas paredes, era su hogar, su lugar seguro, y también, por momentos, un sitio con recuerdos amargos que hoy en día estaban muy presentes en sus pensamientos.

Hacía una semana y algunos días que estaba viviendo en un apartamento de tres ambientes y ni ella ni Grom parecían adaptarse al lugar. El pobre animal, acostumbrado a correr en el enorme fondo de la casa, parecía sentirse abrumado por la cantidad de cemento que lo rodeaba. Sus padres le habían recomendado darlo en adopción, ya que el apartamento era chico para su gran tamaño, y aunque ella lo consideró, pensando en el bien del can, no pudo alejar a su pequeño de su lado.

Alex no había vuelto a hablar con ella desde aquel domingo. Al pasar tres días sin poder comunicarse con él, se dio cuenta de que la estaba evadiendo y eso fue como una cachetada parecida a la que ella le había dado a él. Recordó el episodio un par de horas después de levantarse, mientras hablaba con Alina e intentaban reconstruir la noche del sábado, y hasta el día de hoy se sentía avergonzada por su conducta.

El viernes era su último examen y sus compañeras habían planeado salir a bailar esa noche para festejar el comienzo de las tan ansiadas vacaciones. No le apetecía demasiado la idea de ir a bailar sola, bueno, no estaría sola, pero nunca había ido a un lugar con tanta gente sin Ali y ese era otro tema que la abrumaba y le hacía difícil concentrarse en el estudio.

El lugar era enorme, ambos pisos de la discoteca empezaban a llenarse de gente que se movía al ritmo de la música. Con algo de esfuerzo se hicieron paso entre la multitud hasta encontrar un lugar más o menos cómodo para todas sus compañeras que bailaban y cantaban disfrutando el momento.

Emma nunca se había sentido cómoda en esos lugares, el humo y el alcohol no le atraían en lo más mínimo pero eran las multitudes lo que la ponían sumamente nerviosa.

—¡Vamos a la barra! —Gritó Irina, una morocha atractiva que solía juntarse a estudiar con Emma y con quien ella se reía a montones.

—¡Pero llegamos hace diez minutos apenas! —Dijo Emma al sentir que Irina tiraba de su brazo.

—Da igual, ¡vamos!

Sin mucha opción Emma siguió a Irina hasta la barra. No le hacía emoción ningún trago y tras cinco minutos de mirar la carta y no decidirse Irina se la quitó de la mano.

—¡Ya elegí por las dos!

—¿Y qué vamos a tomar? —Dijo apoyándose en la barra y sonriendo hasta que vio los dos pequeños vasos, las rodajas de limón y la sal.

—Ah, no. No, Irina, no.

—Oh sí, Emma, sí.

—¡Sabes que la última vez que tomé me sentí fatal!

—¡Al fin estamos de vacaciones, hay que celebrar!

Irina bebió su tequila de un sorbo y Emma fingió seguirle la corriente pero solo mojó sus labios y dejó el shot en la barra. Volvieron a la pista de baile pero no lograban encontrar a sus compañeras. Mientras bailaban Irina se encontró con un chico con el que aparentemente estaba empezando “algo”.

Lo que quedó de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora