Capítulo 11

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Si sigue llegando gente, acabarán por destrozarme la casa.

Amor, relájate y disfruta, mira lo bien que lo están pasando todos en tu fiesta. Dijo Alex señalando a los jóvenes que se movían por todo el living, la cocina y el jardín de la casa de Emma.

No sé, Alex, dijiste que serían solo unas cuantas personas y han venido muchos chicos de la escuela, casi todo el equipo de básquet y hay gente que ni siquiera conozco. Su voz sonaba más angustiada conforme enumeraba a los presentes. Quiero que se vayan, esto es un desastre, haz que se vayan.

Alex la miró con cara de pocos amigos. Em, no puedes planear una fiesta y al rato de comenzar cancelarla.

¡El problema es que yo no organicé esta fiesta! Su angustia pronto se convirtió en enfado y ya no pudo controlar su lengua. Tú la organizaste en mi casa. ¡Dijiste que sería divertido, que vendrían algunos amigos y dejaste que todo se fuera de control! Mi casa es un completo desastre y es tu culpa.

Ante su abrupto estallido de furia, Alex quedó impactado. Emma lo miró, y al no ver ninguna reacción en su novio, se alejó y se dirigió al baño. Últimamente, Alex estaba demasiado despreocupado de todo. Aunque, a decir verdad, a ella no le molestaba eso. Él era un buen chico y sólo quería divertirse, pero esta vez había pasado el límite al no tener en consideración que no era su casa sino la de ella la que sufriría los pormenores de una fiesta con tanta gente.

Los pisos estaban pegajosos y mojados con gaseosa y alcohol que se había derramado. Había escuchado algún que otro vaso estrellarse contra el piso y había tenido que sacar, casi a patadas, a una pareja que estaba entrando en calor en su baño para poder encerrarse allí.

Em, soy Ali, ¿Estás ahí?

Sin pensarlo siquiera, abrió la puerta dando paso a su amiga. Esto es un horror. Dijo abatida.

¿Qué? No está tan mal, todos lo están pasando genial.

¡Pero yo lo estoy pasando fatal! Parecía que todos estaban conformes con la fiesta menos ella.

Ali se agachó para quedar a la altura de Emma que estaba sentada en el váter. ¿Por qué estás así? Te ayudaré a limpiar todo cuando acabe la fiesta, si es lo que te preocupa.

No, Ali, es que…no sé, pensé que iba a ser algo más tranquilo y no que iba a tener más de cincuenta personas dando vueltas por mi casa y desordenando todo. Alex prometió que sería algo pequeño.

Ya, ahora entiendo. Estás enojada con Alex.

¡Es que no mide nada! Para él todo es una fiesta y para mí todo es un problema.

¿No crees que deberías disfrutar un poco más? Sabes que siempre estoy de tu lado, pero en verdad no hace falta que te enojes por esto. Emma la miró enojada. Ni se te ocurra pelear conmigo, tonta. No puedes ser tan inflexible, Em, piensa que Alex no hizo nada con intención de molestarte. Anda, salgamos, bailemos y disfrutemos esta noche y ya mañana protestas. Dijo viendo que su amiga se ablandaba. ¿Te parece?

Emma la miró y se mordió el labrio riendo. Te odio.

Ali también rió y la abrazó una vez que Emma estuvo de pie. Y yo a ti.

 

Nunca había discutido con Emma, más bien, Emma nunca lo había tratado así cuando no estaban de acuerdo con algo. Miró a su alrededor y buscó inconscientemente a todos los “grupos” que ella había nombrado: los de la escuela, los del equipo, los desconocidos que habían venido con algún invitado y…Augusto. ¿Qué hacía él allí? Seguramente se había enterado de esa fiesta por alguien del club.

Se acercó a él y tomándolo del hombro le exigió: Vete.

¡Alex! Dijo el grandote con una sonrisa burlona. ¿cómo estás?

Augusto vete de aquí.

Pero mis amigos están aquí y esta casa es como mi casa, no olvides que yo fui novio de Emma antes que tú.

De acuerdo, no me interesa, de todos modos te irás. Alex no solía discutir con nadie, pero ese estúpido tenía la capacidad de sacarlo de sus casillas. Más aún cuando recordaba lo maldito que había sido con Emma.

Guido, al ver los ojos enfurecidos de Alex se acercó e insistió para que Augusto y sus amigos abandonaran la fiesta.

Está bien, está bien, ya nos vamos. Decidió al ver que cada vez más amigos de Alex miraban la escena. No vi a Emmita, me gustaría saludarla.

Te vas. Respondió Alex al borde del cólera.

¿Qué clase de hombre eres tú, eh? Gritó Augusto al ver que Alex no respondía a sus provocaciones. Quizá tenga que volver a acostarme con Emma para que despiertes.

Fue demasiado lejos. Sin tener tiempo de controlarse, Alex le propició un puñetazo en el rostro y, alentados por otros adolescentes idiotas, ambos jóvenes llegaron al jardín de Emma entre patadas y puñetazos. Al intentar separarlos, algunos de sus amigos acabaron en medio y, lo que en un principio era una lucha de dos, pronto se convirtió en una batalla campal en la cual vasos y banquetas de plástico empezaron a volar.

Completamente ajenas a lo que ocurría afuera, Emma y Ali salieron del baño y se encontraron con algunos rostros asustados en el living. Una chica de la escuela se acercó a informarles sobre la pelea.

A medida que se acercaban al jardín, los rostros pasaban de lucir asustados a estar entretenidos. Corriendo a los chismosos que miraban por el gran ventanal del living lo que ocurría afuera, Emma pudo vislumbrar a Alex y a Augusto peleando en el suelo y comprendió lo que había ocurrido. Escuchó un susurro, o quizá fue un grito ahogado. De reojo creyó ver algo que se acercaba a ella a mucha velocidad, intentó enfocar la vista pero de repente el transparente ventanal que la separaba del jardín estalló. Todo ocurrió en cámara lenta. Creyó ver su cuerpo desplomarse y sintió su cabeza rebotar contra el piso de madera antes de ser atrapada por una nube densa y oscura.

Los impulsos son esos pequeños momentos de valentía extrema que surgen inesperadamente de lo más profundo de nuestro ser. Son rayos de locura que nos hacen  actuar sin pensar. En los mejores casos, los impulsos son esos tréboles de cuatro hojas que hacen que surjan cosas maravillosas, que perdamos el miedo y que demos el salto. En cambio, para Emma, un impulso fue lo que casi le arruinó la vida. Un arranque de furia, un sin pensar, una pérdida de conciencia que llevó a alguien a tirar una silla de acero contra un ventanal en medio de una pelea. Un impulso. Un segundo. Y todo cambia.

Lo que quedó de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora