Capítulo 34

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—¿Falta mucho?

—He sufrido mucho tiempo intentando que mis armarios fueran útiles para mantener mi ropa ordenada y por primera vez puedo elegir uno, déjame disfrutar de este momento.

—Me aburro. —Protestó Alex escondiendo su cabeza en la capucha de su campera gris y cruzando sus brazos sobre su pecho.

—Ayer estuvimos viendo con Ali unos documentales sobre cómo educar a los niños. Eres igual que las criaturas de cinco años.

—Tú tienes cuatro.

—¡Y tú tres!

—Tú eres como nuestro hijo. —Dijo tirándosele encima.

—¿Eh?

—No existes.

—¡Alex! ¡Tarado!

El joven cubrió su cabeza con los brazos ante el ataque de su novia.

—Anda, lleva este y ya.

—Aquel tiene más cajones y menos lugar para colgar.

—Da igual, lo que no te entra lo donas a la caridad.

—Eres insoportable. Iré al baño.

—¡¡Emma!! —Protestó de nuevo.

Tras un par de minutos ella regresó con una sonrisa en el rostro, se paró al lado de Alex y anunció. —El de los cajones será.

—¿Lo haz consultado con el espejo o qué?

Emma entrecerró los ojos y lo miró burlona. —He llamado a Ali, si ella no estuviera enamorada de León le pediría matrimonio. Es más eficiente que tú para...bueno, para todo.

Alex abrió aún más los ojos y la tomó por la cintura. —Así que para todo, eh...

El beso absolutamente apasionado que comenzó Alex en aquella góndola logró teñir las mejillas de ambos de un rojo intenso.

Emma al sentir la presión de él en su cadera lo empujo lo suficiente como para recuperar el aliento.

—Aquí no se puede, contrólate.

—¿Yo? El cuello de mi campera no se arrugó solo, ¿Sabes?

—Eres horrible, vamos.

—Que graciosa eres. —Dijo sin gracia señalando su entrepierna.

Emma no se molestó en reprimir la risa, se volteó y siguió caminando haciendo que el apurara el paso.

—Ya me las pagarás. —Susurró en su oído al alcanzarla.

El coche estaba en el estacionamiento prácticamente vacío del subsuelo. El mueble no llegaría hasta el Lunes a la tarde al apartamento de Alex así que los planes de Emma de pasarse el fin de semana mudando sus cosas se habían esfumado.

Aun refunfuñando por no poder empezar con la mudanza, Emma subió al coche y se sentó en el asiento del acompañante, encendió la radio y buscó a Alex al ver que no subía al coche.

—¿Dónde estabas? —Preguntó confundida.

—Bloqueando la entrada al estacionamiento.

—¡¿Qué?!

—Nadie necesita venir al subsuelo cuando la planta de arriba está también vacía.

Antes de que pudiera darse cuenta, Emma estaba sentada a horcajadas sobre las piernas de Alex.


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