Epílogo

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—Es increíble cómo han cambiado tú y Guido. —Señaló Emma mostrándole una de las fotos de esa tarde recién salida de la impresora y una de cuando eran adolescentes.

Alex sonrió ante la comparación de imágenes. —Tú y Ali están prácticamente iguales, siguen teniendo cara de niñas chiquitas.

Emma le sacó la lengua y volvió su atención a la caja de fotos viejas. Estaba separándolas para armar el collage en el álbum cuando volvió a toparse con aquella imagen: la vista desde la ventana de la que fue su habitación de hospital después del accidente.

—Alex, ¿Es del hospital, verdad?

Volteó a ver la fotografía que Emma le mostraba para luego abandonar su asiento frente a la computadora y sentarse con ella en el suelo.

—Sí.

Ella guardó silencio un instante. Quería preguntarle por qué había llevado su cámara al hospital pero no encontraba las palabras para hacerlo sin sonar ridícula.

—¿Cuándo la tomaste?

—El día que despertaste. No sé si lo recuerdas, pero en ese entonces habíamos acordado sacar una foto a cada amanecer o atardecer que viéramos juntos. —La voz de Alex de pronto se tornó pesada. —No quería salir del hospital y mis padres me llevaron algo de ropa para cambiarme. En el bolso había quedado mi cámara y simplemente...no lo sé, cariño, simplemente quise una foto de aquel atardecer.

Ella se movió de su lugar y se abrazó al brazo de él. —¿Y si la tiramos?

Él la miró tras besar su frente. —¿Por qué?

—Me da la sensación de que sacaste esa foto justo cuando decidías dejarme ¿No es así? ¿Un último atardecer?

Alex bajó la cabeza y soltó el aire que, casi inconscientemente, había acumulado en sus pulmones. —Sería de mucha ayuda que no me conocieras tanto.

Emma sonrió apretándose aún más contra él. —Por todo lo que te conozco es que te amo del modo en que te amo.

Alex la besó con una sonrisa en el rostro. —Te amo tanto y soy tan feliz planeando mi vida contigo. Deberíamos conservarla. —Dijo agitando la fotografía. — Es parte de la historia, ¿no?


Aquella historia que se tiñó de todos los colores posibles, que pasó por los más oscuros grises y los más alegres y divertidos amarillos, los románticos rosas y los tiernos y abrazadores tonos naranjas de cada amanecer y atardecer.

Zoe nació en primavera y, al igual que las flores, llegó para dar alegría y calor al hogar de Ali y León. Guido había elegido el nombre, el tío más baboso y con quién la pequeña parecía tener una conexión especial. —"Llena de vida", eso significa Zoe...y después de esos primeros meses de miedo y ansiedad, ¿Qué más oportuno que llamarla así? —Había expresado el pelirrojo en una de las reuniones. Entonces no hizo falta más que ver el rostro de Ali y León para saber que ese sería el nombre de su niña.

Guido y Sofía alquilaron un apartamento cerca del hogar de Ali y León. Tras un año de noviazgo, y algo desesperada por abandonar las casas de sus padres, la pareja decidió lanzarse a la aventura de vivir con el otro y, al menos hasta el momento, no dejaban de alegrarse por aquella decisión.

Poco menos de un año más tarde del nacimiento de Zoe, Alex anunció la finalización de su primera construcción. La casa, algo alejada de la ciudad, contaba con espacio suficiente para una familia y con un fondo cómodo para un gran danés negro y cariñoso como Grom. Sí, su casa. El lugar que Emma, sin saber lo que él tramaba, le había ayudado a diseñar: Una sala de estar con un pequeño hogar y espacio suficiente para un bonito árbol de navidad, una cocina amplia con vista al parque, una oficina, tres dormitorios y un baño en cada piso.

Emma entró a aquel lugar con los ojos vendados y no pudo más que usar aquel pañuelo para secar sus ojos al ver las habitaciones que había ayudado a armar en una maqueta pensando en una familia de cinco personas y un perro.

—Las dos primeras personas ya estamos, el perro también, es solo cuestión de encontrar otros tres. —Había susurrado Alex a su oído abrazándola por la espalda mientras su amado amigo de cuatro patas inspeccionaba aquel jardín.


Y así como las estaciones cambian, las personas también. Nunca nadie en la historia ha dejado este mundo siendo el mismo que llegó. Y es que, a veces, un golpe deja cicatriz, una caricia sana el alma y una sonrisa alegra la vida.

Nadie sabe qué es lo que sigue, nadie sabe si va a valer la pena arriesgarse o si es mejor seguir como si nada. Pero si se intenta, si se dejan atrás los miedos, se toma envión y se despegan los pies del suelo, seguramente llegaremos más alto que si vivimos pegados al asfalto.




Muchas gracias por acompañarme con esta historia♥ Espero que la hayan disfrutado tanto como yo. ¡Hasta la próxima!

Gabi

Lo que quedó de nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora