Capítulo 1

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-          Amy, ¡vas a llegar tarde al instituto!

-          Buenos días, mamá.

-          ¿No llevas la falda muy corta?

-          No, llevo pantalones. ¿Llegas ahora?

-          Noche de luna llena…

-          Hombres lobo… ¿mucho trabajo?

-          Lo normal. Alguno fuera de control, ninguno local, parece ser…

-          Eso es una herida – dejó la taza sobre la encimera alarmada y observó el antebrazo de su madre.

-          No es nada. Un arañazo con una rama.

-          ¿Me lo prometes?

-          Ninguno de esos sucios y malolientes bicharracos me ha rozado – contestó convincente.

-          De acuerdo – se acabó el café de un trago – Me voy.

-          Ten cuidado.

-          Sí, mamá.

Trish esperaba en el coche frente a la puerta de la casa para ir al instituto junto con Rachel. Las tres se conocían desde el colegio, pero no fue hasta que empezaron el instituto que empezaron a tratarse con asiduidad y se consideraban amigas. A pesar de las similitudes, las tres eran muy diferentes en personalidad aunque, seguramente la que más se diferenciaba era Rachel.

Aquella mañana, la tez morena de Trish refulgía gracias a los polvos de sol que se había aplicado, llevaba sus rizos negros sujetos en una cola alta y unos aros dorados decorando sus orejas además de la hilera de piercings que subían desde sus lóbulos. Aprovechando que el calor aún estaba presente, lucía una camiseta de tirantes y un short que dejaba bastante poco a la imaginación.

Más recatada, Rachel miraba por la ventanilla derecha del asiento trasero. El cabello rubio caía a ambos lados de su rostro enmarcándolo. Había cubierto sus increíbles ojos azules con unas enormes gafas de sol que, lejos de favorecerla, tapaban más sus rasgos de lo que estos merecían. Ella no era chica de mostrar su cuerpo, su timidez le impedía ver la realidad que le mostraba el espejo y siempre acababa con prendas que le quedaban varias tallas grandes y desdibujaban su silueta. Como el jersey azul Klein que llevaba puesto, que parecía sacado del armario de su padre.

Como cada mañana, de camino a clase, se contaron las pocas novedades que podían haber sucedido desde que se separaran por la tarde, hasta que las tres se juntaran en el coche. Unas pocas horas en que, normalmente, no pasaba nada fuera de lo común. Pero se divertían divagando sobre los que habían hecho, aunque, durante los pocos minutos que duraba el trayecto, aquel día, la cabeza de Amy rondaba otro asunto que ya llevaba tiempo bullendo en su interior. Rachel siempre le había parecido una belleza, incluso en su peor etapa, cuando le dio por teñirse el pelo de negro y esconderse tras un inmenso flequillo y varias capas de ropa tan oscura como su cabello, seguía pareciéndole guapa. Le constaba, por lo poco que había visto en las clases de natación que dieron hacía ya años, que tenía buen cuerpo y, a juzgar por las contadas curvas que se insinuaban en ocasiones muy puntuales, seguía manteniendo su buena figura. Lo que no entendía era cómo podía no verlo y, menos, cómo podía ella hacer que se diera cuenta de lo que escondía cada día. No es que se avergonzara de ir con ella, era la excepción a la regla de que las rubias son tontas, prejuicio que, por otra parte, le resultaba odioso, y le importaban un bledo los rumores acerca de la sexualidad de su amiga, pero, de alguna manera, tenía miedo por ella y por lo que su retraimiento y su dañada autoestima pudieran hacer con ella.

Amanecer RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora