Había estado demasiado ocupada contándoles a sus amigas lo ocurrido la noche anterior, omitiendo algunos detalles, como para darse cuenta de que su madre no estaba. Y aquello era raro, muy raro, aún quedaba cerca de una hora de sol, demasiado temprano para salir a patrullar. En otras circunstancias habría pensado que estaba en casa de alguna amiga o, tal vez, que su madre tenía una cita, pero Michelle no, ella no era así. No tenía apenas relación con nadie de la ciudad y no salía lo suficiente como para tener citas. Estaba a punto de empezar a devorarse las uñas cuando el timbre de la puerta sonó corto, pero intenso. Saltó del sofá.
- ¿Amelia Baker? – preguntó la policía.
- Sí, soy yo – respondió, intrigada.
- Lamento decirle que tiene que acompañarnos. Hemos encontrado a su madre en el bosque, debe venir a reconocer el cadáver.
- ¿Cadáver? – espetó. – ¿Cómo saben que es ella? ¿Cómo...?
- Señorita, por favor.
- Denme unos minutos.
Cerró la puerta en las narices de los dos agentes. Apretó los ojos y puso en marcha los mecanismos de autocontrol que su madre le había enseñado. Lo único que quería era explotar, romper a llorar. Si, de verdad, era su madre, acababa de quedarse completamente sola y, aún peor, se había convertido en la cazadora. Pero aquello era adelantar mucho los acontecimientos. Su fuero interno rezaba porque fuera un error y que la mujer que yacía en el depósito de cadáveres no fuera Michelle.
Los agentes esperaban, pacientes, en la puerta cuando Amy abrió dispuesta a acompañarles. Estaba tranquila, demasiado tranquila. Quizá les resultara sospechoso que lo estuviera tanto, aunque, por dentro, era un manojo de nervios, una bomba de relojería a punto de estallar. Mordiéndose el labio inferior, observó los rasgos de su madre. Seria, con los ojos cerrados y llena de magulladuras, pero era ella. Eran sus tres pecas en la garganta, era su cicatriz en la ceja y las marcas de las heridas en combate. Era ella.
Le temblaron las piernas y casi no pudo articular las palabras para preguntar cómo había sido.
- Un animal. El bosque es peligroso, señorita Baker.
- Lo sé – espetó, sin ocultar su enfado. – ¿Pueden dejarme unos minutos a solas con ella?
- Por supuesto. Estaremos fuera, si nos necesita.
Amy asintió levemente y esperó que la puerta se cerrara para buscar marcas en el cuerpo de su madre. La excusa del animal ya estaba gastada, Michelle siempre la utilizaba para apartar la atención de los vampiros o los lobos cuando estos provocaban alguna muerte. Amy encontró unas cuantas marcas de dientes demasiado similares a las mordeduras de vampiro, demasiado similares a la que ella lucía en el cuello fruto de su aventura de la noche anterior. Definitivamente, a su madre la había atacado un vampiro.
Volvió a casa cabizbaja, sin tener idea de los pasos que debía dar. Por suerte contaba con el asesoramiento de la asistente social que se había ofrecido a hacer el papeleo en vista de que a Amy ya no le quedaba nadie más. Debía organizar el funeral. Aunque sólo fuera a asistir ella. En una de sus muchas tardes de entrenamiento, cuando Michelle le contaba historias sobre las cazadoras o le aleccionaba sobre temas que guardaban estrecha relación con ellas le contó algo que la impactó.
- Es importantísimo que el cuerpo de una cazadora descanse en tierra sagrada. Nada de incineraciones y tirar las cenizas en cualquier parte. Es de vital importancia, Amelia, que el día que muera un sacerdote católico oficie la ceremonia y me entierres en camposanto, ¿entendido? De cualquier otro modo esos seres podrían apoderarse de mi cuerpo y mancillarlo de vete a saber qué formas. Puede que sólo se diviertan despedazándolo, pero es más probable que lo utilicen en su propio beneficio.
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Amanecer Rojo
RomanceAmelia es estudiante de instituto en un pequeño pueblo, sale con sus amigas, se divierte, liga... y es la heredera de una de las pocas cazavampiros que quedan en el mundo. Todos los derechos reservados bajo registro de Safe Creative.