Capítulo 16

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- Es interesante - sonrió Trish. - Tu vida. Yo apenas he hecho nada.

- Aún es pronto, eres muy joven.

- ¡Venga ya! Sólo me sacas un par de años. Cinco, a lo sumo.

- Tienes razón, pero no todo el mundo tiene las oportunidades que me han dado a mí.

- Parecen demasiadas para sólo una vida.

- Cierto. Seguro que tú también tienes algún as en la manga.

- No creas - se rió. - Hace poco me di cuenta de que no llevo la vida que quería llevar. Pensaba que sí, que así era feliz, pero me llevé un buen palo y...

- Espero que ya estés mejor. Cuando nos conocimos estabas llorando en un banco dejado de la mano de Dios. Normalmente no le dejo mi tarjeta a cualquiera, pero llamaste mi atención. No pareces de la clase de chicas que lloran y mucho menos de las que se esconden para hacerlo.

- He de darte la razón. Normalmente no lloro y normalmente no quedo con desconocidos.

- Has escogido un buen lugar para una cita a ciegas - sonrió. - Y bien, Trish, ¿cuál es tu veredicto?

- Creo que eres buen tío. Vas de frente. Hace tiempo que no conozco a un chico que diga las cosas tal cual las piensa y que no tenga segundas intenciones.

- Me has calado bien...

- Eso espero. Mi radar está bastante estropeado últimamente.

Dejó a Amy en la cama, completamente derrotada. Había podido comprobar que su organismo había recuperado la normalidad, pero no se quedaba tranquilo y decidió pasar la noche con ella. La veía calmada, durmiendo plácidamente después de lo que había sucedido. Hasta para él había sido estresante. Se quedó observándola, controlando que sus constantes vitales fueran estables y que las heridas terminaban de cicatrizar. Sabía que debía salir a vigilar, cumplir con la labor que su chica no había podido desempeñar, pero no podía ni quería separarse de ella. En el fondo de su ser se fraguaba un gran sentimiento de culpa. Él había provocado a Celia. Era él quien debía pagar las consecuencias de sus actos. Y, sin embargo, Amelia se había llevado la peor parte.

Los primeros rayos del sol entraron por la ventana. Era un frío día de invierno. El hielo refulgía en las lunas de los coches y le daba a todo un aspecto blanquecino. Amy abrió los ojos despacio, habituándose a la luz que le había faltado durante los últimos días. Por un momento, extrañó poder moverse con total libertad, la claridad de su dormitorio. Le buscó con la mirada, pero no le encontró y el ánimo con que se había despertado, desapareció de repente. Bajó las escaleras con desgana, esperando vagamente encontrarle en la planta baja. No se molestó en buscarle. Le había sentido junto a ella toda la noche y había huido al llegar el alba. Pensar en aquello terminó por desolarla.

Jugueteó durante un buen rato con el teléfono, girándolo entre las manos y haciendo pasar su agenda por la pantalla desde Charles hasta Trish sin detenerse en ninguno de sus contactos. Finalmente, descartó la idea de llamar a su chico y marcó el número de Rachel, tentada de colgar en cada tono.

- ¡Amy! - casi grito.

- No chilles, por favor. Me duele la cabeza - farfulló.

- ¿Dónde estabas?

- ¿No os han dicho nada?

- ¿Deberían?

- ¡Rache, me secuestraron!

- ¿Qué? - espetó, extrañada. - ¿Quién?

- El capullo de Zac y su...

- ¿Amy?

Amanecer RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora