Caminó durante un rato con la cabeza gacha, hasta que se chocó con alguien.
- Deberías mirar por dónde andas – sonrió Arthur.
- Lo siento. Me alegro que hayas sido tú y no...
- Claro. ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara.
- Estoy un poco... abrumada.
- Vaya. Si necesitas hablar...
- En realidad... Sí, creo que me vendrá bien contarle esto a alguien. ¿Te apetece un café?
- Nunca le digo que no a un café.
- Pues vamos. Voy a llevarte a mi cafetería preferida.
Se encaminó junto con Arthur a un bar que distaba mucho de ser su preferido, ese lugar sólo lo compartía con Rachel y Amy, pero no quería llevarle al mismo lugar donde pasaba horas hablando con sus amigas. Buscó una mesa al fondo del local. No quería miradas ni oídos indiscretos a su alrededor cuando iba a abrirse de ese modo a otra persona. Arthur le inspiraba una confianza que no encontraba en nadie más aún siendo un completo desconocido. Era como si algo en él le instara a ser completamente sincera.
- Es sólo que siento que las estoy perdiendo – musitó Trish, refugiándose en un trago de su cappuccino. – Hace un par de semanas que no sé nada de Rachel y Amy está tan absorta en sus cosas...
- Te entiendo. Pasé por algo parecido, en cierto modo. A veces la gente a la que más necesitas es la que más lejos está.
- No es eso... Es que... Quiero ayudarlas, ¿sabes? Pero no sé cómo hacerlo. Escuchar ya no es suficiente y nunca he sabido dar consejos y menos en temas de chicos, ya sabes.
- No, no lo sé. ¿Por qué?
- Venga...
- Creo que olvidas que apenas llevo unas semanas aquí. No estoy familiarizado con los rumores ni las habladurías...
- No soy una chica... de esas que van buscando un príncipe azul y un vivieron felices para siempre. Me gusta vivir al día, probar lo que se me pone por delante... Nunca me he enamorado. Al menos, no de verdad.
- Ah, es eso... Yo tampoco soy de esos – torció una sonrisa.
Trish sonrió tímidamente, ocultando la satisfacción que crecía en ella en la taza de café mientras el chico la miraba fijamente. Notaba que su cuerpo se encendía de un modo tan conocido y que, sin embargo, llevaba meses sin aparecer. Aquella sensación la inundaba, aceleraba su pulso nublando sus pensamientos. Se había jurado a sí misma conocer bien a cada persona que entrara en su cama desde lo sucedido con Zac y estaba a punto de saltarse esa regla con Arthur sólo por la forma en que la miraba.
- Salgamos de aquí – susurró el chico.
Las palabras apagaron todos los pensamientos de Trish, que le siguió casi a la carrera hasta su casa donde se desvistieron con prisa nada más cerrar la puerta. Las manos corrían vertiginosas, las bocas se enredaban, ansiosas, sedientas. La cogió en brazos y le rodeó la cadera con las piernas, notando cómo su miembro crecía entre ambos. Deseosa por sentirle dentro. Solo el roce le producía un placer desconocido para ella. No podía imaginarse cómo acabaría. Apenas controlaba los jadeos mientras la tumbaba en el sofá y besaba lugares recónditos de su cuerpo, se colaba despacio entre sus piernas, lamiéndolas, saboreando la cara interna de sus muslos y adentrándose en su intimidad con experiencia. La tenía dominada, pero se sentía segura. Por primera vez, alguien que no era ella llevaba las riendas y no se sentía amenazada. Fluía al compás de las lamidas del chico, que la hacía temblar y arquearse con su destreza. Ella se aferraba a los cojines, al respaldo, y gemía en voz alta pidiéndole más. A medida que Arthur aceleraba, el corazón de ella bombeaba con más fuerza, el volumen de sus suspiros aumentaba y se contraía mientras una espiral de placer bajaba por su espalda y se concentraba en el lugar donde la boca del hombre hacía maravillas con ella.
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Amanecer Rojo
RomantizmAmelia es estudiante de instituto en un pequeño pueblo, sale con sus amigas, se divierte, liga... y es la heredera de una de las pocas cazavampiros que quedan en el mundo. Todos los derechos reservados bajo registro de Safe Creative.