Capítulo15

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Las cuerdas le quemaban y no lograba averiguar qué era lo que les habían puesto para que le dañaran de aquella manera. Parecía que Amy recuperaba la consciencia, pero casi hubiera preferido que no lo hiciera, no quería que le viera atado a una silla, inmóvil y sin opción alguna a defenderla. Tampoco estaba muy seguro de lo que la harían una vez estuviera despierta. La mordedura del principio sólo era una advertencia. Celia jugaba así. Lo había visto un par de veces cuando salía con ella y el juguete nunca salía bien parado. Era un castigo emocional para el dueño. Podía recordar a Vladimir arrancándose el corazón cuando Celia devoró sin piedad hasta la última gota de la sangre de su esposa. Él había presenciado el ritual y había doblegado al vampiro a pesar de que era más grande que él y mucho más fuerte y anciano. "El amor nos ablanda", le había dicho Celia. Y él había caído en esa misma trampa. Se había enamorado y había cedido a esa emoción en detrimento de su fuerza.

Amy abrió los ojos, y miró extrañada a su alrededor, desubicada, hasta que sus ojos se encontraron con Charles atado en una silla. Dio un respingo, sólo para percatarse de las esposas que anudaban las manos a su espalda y la cuerda que apresaba sus pies. A los pies de la cama, Celia se levantó del sofá e hizo un gesto con la cabeza antes de acercarse a Amy y aspirar su aroma. Reconoció a Zac de inmediato y pateó con todas sus fuerzas, que no eran muchas, tratando de librarse de aquel chico que le desataba las piernas sólo para fijarlas a la cama. Estaba indefensa. Demasiado débil y los ojos de Charles reflejaban el lamento de no poder echarla un cable.


Hacía años que no se escondía en el armario para dormir, pero se sentía pequeña e insignificante. Los recuerdos de los últimos días le golpeaban tan fuerte que retumbaban sus costillas y le dolían. Ojalá no hubiera sido tan tonta. Pero ella era así. Ni tenía ni creía merecer la suerte de Amy o Rachel, aunque dudaba seriamente que lo de Rachel fuera suerte. No, no lo era. Y su situación no era tan mala si la comparaba con la de la rubia, pero no quería pensar en eso. Su vida había cambiado demasiado, ella lo había hecho. Y le había salido mal. Había intentando, por una vez en su vida, ser madura, empezar algo serio con alguien, y el tiro le había salido por la culata. Había salido más escaldada de lo planeado y mucho antes de lo esperado. Quizá se había hecho demasiadas ilusiones y ese había sido su gran error, pensar que, con la fama que arrastraba, algo como aquello podría salir bien y no acabar estallándole en la cara.

Una lágrima rodó solitaria por su mejilla, trató de no llorar, su madre tenía un imán para llantos y acudiría de inmediato. Pasaba de contárselo, bastante había tenido con confesárselo a Amy. Su madre querría denunciarlo y no quería pasar por eso, no quería volver a verle. No estaba segura de cómo reaccionaría si lo tuviera delante. Seguramente querría partirle la cara, pero se quedaría paralizada y, además, se pondría en ridículo. Sólo tenía que esquivarle hasta que acabara el curso.

Apretó los ojos y trató de dormir algo. Arrebujada en una manta, en su rincón, donde nada ni nadie podía hacerle daño. Nadie salvo ella y su memoria.


Los golpecitos en su ventana no la dejaban dormir. Alguna amiguita de Aaron se estaba equivocando. Sólo reaccionó cuando oyó su nombre en un grito susurrado que a duras penas se colaba entre los cristales. Saltó de la cama y se asomó sin preocuparse de llevar una camiseta vieja. Allí estaba, el mismo chico que aquella mañana plantaba cara sus padres por ella, lanzaba piedras contra su ventana.

- ¿Qué quieres? – se rió.

- Hablar contigo. Sal, por favor.

- Si me pillan, me matarán. O, peor, me mandarán a un internado de por vida.

- Tranquila, diles que vas a tomar el aire.

- ¿Y me creerán? Acabo de volver. Me fugué, ¿recuerdas?

Amanecer RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora