- Para el carro, Rachel – gritó Amy para hacerse oír sobre la música. – Simplemente, no quiero que hagas nada de lo que mañana te arrepientas.
- ¿No te das cuenta? ¡Es la solución a mis problemas!
- ¿Follarte al primero que pase? ¿Y si te obligan a casarte con él?
- No lo harán.
- Obligaron a tu madre, ¿recuerdas?
- Pero ella estaba enamorada.
- Piensa en eso cuando elijas al candidato, puede que tengas que enamorarte por obligación.
- ¡No seas pesimista!
- Rache, por favor...
- Déjala – chilló Trish. – Ya ha elegido su víctima.
Desde la mesa vieron cómo su amiga se acercaba a un chico y le saludaba. Nunca la habían visto tan suelta, tan desinhibida. Hablaba y se reía, coqueteaba con el chico que parecía ceder a los encantos de aquella rubia monumental que se había vestido como nunca y le tiraba los trastos descaradamente. Iba a conseguirlo. El chico había salido a bailar con ella. Amy no perdía la pista a su amiga, que seguía riendo y bailando. Puede que le gustara realmente.
- El rubio está decente – admitió Trish. – Hacen buena pareja.
- Sí, pero...
- Amy, es su decisión. Es mayor de edad, déjala equivocarse.
- Trish ese error puede que sea para toda la vida.
- O puede que no y pase un buen rato. Déjala – protestó.
Volvieron a casa en el coche de Trish con Rachel y el rubio dándose el lote en el asiento trasero. No podían creerse lo que veían sus ojos cuando le subió de la mano, casi arrastras, por las escaleras y volvían a magrearse pegados a la puerta del dormitorio de invitados mientras tanteaban con la mano en busca del picaporte. Hasta que desaparecieron tras la puerta.
Charles rastreaba el olor de Celia. Era tan particular. No había cambiado un ápice desde los días en que compartían más que alimento. Llevaba días pensando en ello. Buscando las debilidades de la vampira, los puntos donde podía ganarla si se enfrentaban cuerpo a cuerpo. Pero Celia era lista y anciana, muy anciana. Con más de quinientos años a sus espaldas, la mujer tenía experiencia y, además, le conocía demasiado bien. Casi tanto como él a ella.
El olor le había llevado hasta la mansión de Zac. Era tan obvio que ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Buscó una entrada y la encontró en la puerta del trastero. No volvería a derribar la puerta principal, ya había irrumpido en su casa una vez y de forma muy poco cauta. El chico no vivía solo y podía haber alguien más. De ser así, Celia sería el menor de sus problemas.
Se coló discretamente y encontró abierta la puerta que daba a la casa. Era evidente que estaba hecho a posta, probablemente para facilitarle el acceso a la vampira. De otro modo era una imprudencia, dejar una puerta abierta en aquella casa era una invitación para los ladrones. Oía el ruido lejano de la televisión y las carcajadas de un hombre. Había hecho bien en no echar la puerta abajo. Siguió el rastro de Celia hasta una habitación ubicada en el sótano. Escuchó gritos ahogados en jadeos a través de la puerta. Apestaba a sudor y sexo y creyó oír el zumbido de una fusta. ¿Qué demonios pasaba ahí dentro?
El hedor le decía que era Celia quien estaba en esa habitación junto con Zac, pero necesitaba una prueba irrefutable, algo que le diera permiso para entrar allí y no cometer ningún delito. Ya tenía bastante historial. Sabía que el chico le denunciaría y aunque unos años de cárcel no le hubieran importado en otro momento, a aquellas alturas de su vida era lo último que deseaba. Quizá debiera esperar en la puerta a que la mujer se decidiera a salir de la casa y atacarla entonces, cuando ningún niñato imberbe e irresponsable pudiera tratar de defenderla. No estaba seguro de controlarse cuando se trataba de aquel chico. Sólo con pensar en lo que le había hecho a Trish le daban ganas de arrancarle la cabeza y clavarla en una pica.
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Amanecer Rojo
RomanceAmelia es estudiante de instituto en un pequeño pueblo, sale con sus amigas, se divierte, liga... y es la heredera de una de las pocas cazavampiros que quedan en el mundo. Todos los derechos reservados bajo registro de Safe Creative.