Epílogo.

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Blake

Creo que jamás había echado tanto de menos el agua caliente. Esa ducha ha sido una gloria. Me seco el pelo con la toalla que desenrollo de mi cintura y después el cuerpo, sin dejar pasar por alto que veo su imagen en mi brazo derecho.

Desnudo, salgo del baño y voy hacia el armario de la habitación del hotel, dónde me hospedaré durante un mes o dos, ya que estoy bajo vigilancia. Cojo ropa interior y uno de los tantos trajes negros que mi madre se ha encargado de lavar y planchar. Me coloco la camisa blanca, los pantalones, el cinturón, los zapatos y por último una corbata negra fina.

Me echo colonia y voy al espejo para peinar mi pelo rebelde. Después de unos veinte minutos largos, consigo arreglármelo.

Qué guapo soy.

Por fin soy yo mismo y voy cómodo. Ese mono naranja era una jodida mierda.

Llaman a la puerta y tardo segundos en ir abrir. Son mi madre y mi pequeña.

—Jo,papá. Vas hecho un pincel —río por la expresión que utiliza, eso se lo enseñó Dylan porque él siempre dice lo mismo. Me agacho a su altura y le doy un beso en la frente.

—Tú también vas muy guapa ¿Quién te ha comprado ese vestido tan bonito? —la cojo por su cintura pequeña y la siento en una de mis rodillas.

—La abuela —dice, de lo más contenta. Sonrío.

—Se me hace raro verte así, hijo —comenta mi madre, alisando unas arrugas de la cama. Los dos días que llevo aquí, le he ahorrado trabajo a la mujer de la limpieza, pues me he acostumbrado a hacer mi cama.

—A mí también —confieso, mirándome . Noto como Amanda comienza a toquetearme el pelo, y me aparto, me ha costado horrores domarlo.

—Tonto —refunfuña. La miro frunciendo el ceño.

—Eso no se dice —le regaño. Ella pone morro de patito y se cruza de brazos. Hay que ver lo testaruda que es.

No sé a quién habrá salido.

—Bueno, vámonos ya que se nos hace tarde para comer —asiento con la cabeza, cojo a Amandan en brazos y voy hacia la mesilla, de la cual saco del cajón mi queridísimo reloj de oro.

—¿Ya está Dylan vestido? —le pregunto a mi madre mientras guardo el reloj en el bolsillo.

—Está en el bar de abajo —asiento y cogiendo la tarjeta de la habitación, salimos de ésta.

Qué tío, ha salido hace horas y ya está bebiendo.

Bajamos en el ascensor, dejo a Amanda en el suelo y mientras descendemos me coloco el reloj en la muñeca izquierda. Pasamos por recepción hasta llegar al bar dónde está Dylan con su novia y Hannah. Ésta nos ve y sonríe mientras llama la atención de Dylan para informarle de que ya estamos.

—Marica, no te has podido esperar —le digo, entre risas y nos damos un abrazo con unas cuantas palmadas en la espalda.

—He aquí la prueba de que me he tomado un licor sin alcohol —señala el vaso que hay medio vacío en la barra —. Tenemos que hacer los honores juntos.

Río entre dientes y asiento de acuerdo.

—Papá, tengo hambre... —se queja la pequeña, tirando del bajo de mi americana.

—Pero bueno ¿a quién tenemos aquí? —exclama Dylan. Amanda, que no ha dicho nada porque sigue enfurruñada conmigo, se cruza de brazos haciendo que le da igual ver a su tío —. Ven aquí, pequeño demonio. Dale un beso al tío.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora