Capítulo 28

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—Te creo —le digo.

Cuando voy a hablar de nuevo, no me da tiempo ya que me interrumpe con un beso. Me muerde levemente el labio inferior y me levanta por los muslos, enrollo las piernas alrededor de sus caderas y noto su estado de ánimo: duro bajo mi trasero, donde pone las manos. Gimo en su boca, agradecida por sus intentos de distraerme, porque sabe qué le iba a preguntar.

—Abre esos ojos verdes, Annie. Quiero verlos —me baja al suelo y hago lo que me pide.

Me encuentro con sus ojos mieles. Él se inclina y me besa con dulzura. Alargo las manos y apoyo las palmas en su torso. El deseo que me invade está alcanzando límites incontrolables, como aquella vez que me drogaron. Entonces se aparta y sonríe, y yo me muero por dentro.

—Estoy deseando hundirme en ti lentamente —aparta las manos de mis caderas y comienza a bajarme la cremallera del mono —. Muy lentamente. No sabes las ganas que tengo de ti.

—¿Por qué? —pregunto, no sé a cuento de qué.

—Porque eres deliciosa, y algo así hay que saborearlo despacio. Quítate las botas —vuelvo a hacer lo que me pide y veo como lleva sus manos a la cremallera de su mono y comienza a bajarla.

Cuando se lo ha quitado, lo tira al suelo e introduce los dedos por la parte superior de mis bragas. Observo cómo me las baja poco a poco y levanto una pierna para que pueda liberarme de mi prenda de algodón negro.

Acerca la boca y me besa lentamente, justo en el vértice alto de mis muslos, y me pongo tensa, pero no es porque esté nerviosa. En absoluto.

Doy gracias a que hace un par de semanas Max me depiló, y aunque hay algunos pelos débiles, no me avergüenzo de la manera en que lo haría si no fuese depilada.

Está siendo cuidadoso, pero la fuerte punzada que siento en la parte baja del estómago se intensifica a cada segundo que pasa. Se levanta y alarga las manos por detrás de mi espalda, coge el corchete del sujetador y pega la boca a mi oreja :

—No tenemos condones.

Me ha cortado el rollo totalmente. Aun así nada lo detiene:

—Quítame los bóxers.

Su orden me hace vacilar un poco, la idea de verlo completamente desnudo hace que me sienta nerviosa, lo cual es absurdo, dado que yo estoy totalmente desnuda.

Una vocecilla en mi cabeza me pone en marcha y, lenta y cuidadosamente, deslizo los bóxers por sus fuertes y definidos muslos, sin atreverme a mirar más abajo.

Mantengo la mirada fija en su bonito rostro y en sus preciosos ojos marrones, y me reconforta. Sin embargo, no puedo evitar sentirlo cuando me levanto y me roza el vientre.

No estoy segura de que hacer esto esté bien, ya que me ha estado tratando fatal. Él nota que algo me ocurre, de modo que desliza la mano alrededor de mi cintura y me agarra del culo.

—Déjate llevar, cariño —murmura.

Esas palabras me elevan al cielo. Aún así las dudas me vuelven a asaltar de nuevo y él, lo sabe, porque me coge en brazos y me lleva hasta la cama de abajo de la litera.

Me tumba sobre ella con cuidado y se coloca encima de mí, a horcajadas sobre mi cintura, con su pene duro y ansioso en mi campo de visión. Lo miro fijamente y más aún cuando se pone de rodillas y se lo agarra.

¡Virgen santa! Eso me va a partir en dos. Llevo tres años sin hacer nada.

Desvío la mirada un instante hacia su rostro y veo como mira hacia abajo, con los labios entreabiertos y un mechón de su pelo castaño, cae por su frente. Es algo digno de ver.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora