Para cenar, nos ponen unos secos macarrones. Como sin ganas, pues se me ha cerrado el estómago. No había pensado en esto, ahora que estoy enfadada con Blake, vuelvo a estar más sola que la una y, posiblemente, volveré a ser el blanco de muchas reclusas que me tengan ganas. Soy un desastre.
Vuelvo a la celda con el estómago lleno. Blake no está. Levanto el colchón y saco el paquete de tabaco, cojo un cigarro y busco su mechero. Se lo ha llevado el muy idiota. Como todavía no han cerrado las puertas, salgo en busca de alguna mujer que no sea tan peligrosa y que me preste un mechero.
Meto las manos en los bolsillos para parecer tranquila mientras me paseo por el pasillo mirando las celdas, pero, en realidad, estoy de todo menos tranquila. Me paro frente a una celda dónde veo a una mujer dándole el pecho a un bebé, abro los ojos ¿Es posible que un bebé esté aquí? Camino lentamente hasta que llego a la puerta, la mujer me mira esperando a que le diga que vengo a buscar.
—Siento molestar pero, ¿tienes un mechero para prestarme? —le digo, nerviosa.
—Ven siéntate, en cuanto termine de darle el pecho, te lo presto.
Asiento y entro, me siento como si estuviese fuera de lugar. Me siento a un lado de la cama de abajo de la litera y miro mis pies mientras espero. De reojo veo a la mujer, no la he visto por aquí en el tiempo que llevo ¿Será nueva?
— ¿Por qué estás aquí? —levanto la cabeza y veo a la mujer, dándole golpecitos en la espalda al bebé para que eructe.
—Asesinato, ¿y tú? —me atrevo a preguntar y a responder, porque sé que en este lugar, es así como te sociabilizas.
—Mula. Me llamo Tressa —deja al bebé en la cama y lo acomoda para que no se caiga, después se levanta y yo, me quedo mirando al niño. No tendrá ni dos meses, tiene unos mofletes muy gorditos y no para de mover las manitas. Da mucha ternura.
—Toma —me tiende un mechero rojo y, cuando lo voy a coger, lo retira —. A cambio de que me des un cigarro.
Asiento con la cabeza y del bolsillo enorme de mi mono, saco el paquete de tabaco y le doy un cigarro. Se enciende el suyo, cojo el mechero y voy hacia la puerta para encender el mío, ya que no es muy bueno para el bebé respirar el humo del tabaco.
—Muchas gracias y por cierto, es un niño precioso —le sonrío. Ella me devuelve el gesto.
—Gracias...
—Annie, me llamo Annie.
Asiente, le presta atención a su hijo, me doy media vuelta para ir a mi celda y voy directa a la ventana. Hace un frío de mil demonios. Tirito. La alarma suena, avisando de que las puertas serán cerradas, así que supongo que Blake ya está dentro y no me ha molestado, lo cual, agradezco. Que corra el aire entre nosotros.
Paso la mayor parte del tiempo dando vueltas en la cama, pues tengo mucho frío y mi cabeza no deja de molestarme. Me duele a horrores. Finalmente, logro dormir.
Me rasco la cabeza al mismo tiempo que bostezo y me levanto de la cama. Como veo que Blake todavía sigue tumbado con los ojos cerrados, hago mis necesidades en el sucio váter. Algún día vamos a coger una infección.
En el comedor, me siento dónde siempre. Sola. Echo de menos a Yoa y me encantaría hablar con ella para poder contarle como me siento y para que me distraiga. Me sorprendo cuando levanto la cabeza y veo a Tressa, de pie, con la bandeja en una mano y el niño cargado en el otro brazo, esperando a que le dé permiso para sentarse conmigo.
—Siéntate—le digo.
La mujer rubia, con ojos cansados y una mirada que da miedo, deja la bandeja en la mesa y se sienta enfrente de mí sonriendo.
ESTÁS LEYENDO
Mi compañero de celda ©
RomansAlgo muy tormentoso hizo que Annie Hope, a pesar de haber perdido a la persona que amaba, lograra encontrar a otra persona que le llevó a vivir nuevas experiencias. Lo que se inició por unos compañeros de celda, acabará por un final diferente para...