Capítulo 5

23K 1.4K 73
                                    

El día se me hace larguísimo, de modo que cuando llego a la celda, me meto en la cama y me tapo con la fina sábana hasta la cabeza, para intentar dormir y quitarme este cansancio del cuerpo. No obstante, no sé a qué se debe.

Doy vueltas y vueltas durante bastante tiempo, o al menos eso me parece a mí, intentando coger una postura cómoda y lograr conciliar el sueño pero, cuando estoy casi dormida comienzan a escucharse gemidos más altos de lo normal, provocando mi desvelo.

Con la almohada me tapo los oídos ¿Es que no pueden ser más silenciosas?, me pregunto, fastidiada.

Finalmente, consigo dormirme pese a los ruidos.

No sé cuánto tiempo ha pasado, pero vuelvo a despertarme y tengo un sueño de muerte. Ésta vez, los ruidos son de mi propia celda, me desperezo, abro un ojo y me encuentro a Blake, arrodillado frente al váter vomitando.

Dudo, durante unos segundos, en decirle algo, y teniendo en cuenta cómo me va a responder, prefiero quedarme callada e intentar descansar todo lo posible.

Por cuarta vez en la noche, Blake baja corriendo de la litera y se arrodilla frente al váter.

Me siento en la cama bostezando a su vez y lo observo de soslayo mientras termina.

Se levanta y lo hago yo también.

—¿Estás bien? —le pregunto, en un susurro. No me dice nada y con otra arcada que le da, vuelve a vomitar, aunque es imposible que eche algo ésta vez.

Suspiro. Sé que no debo hacerlo, pero me acerco a él y le pongo una mano en la frente, haciéndome saber en ese momento que tiene fiebre, está ardiendo.

—No me toques, joder. —gruñe, y me da un manotazo.

Frunzo el ceño ¿Cómo puede ser tan sumamente estúpido?

No le hago caso y de la mesa cojo el termo que me ha traído en la mañana Andrea.

—Toma, bebe un poco —le tiendo el termo y, como el grosero que es, lo coge y lo lanza al otro extremo. Gracias a Dios que no ha pasado por entre los barrotes —. Eres tan molesto... —siseo, entre dientes.

Con fastidio voy a por el termo y se lo vuelvo a tender. —Es caldo, te vendrá bien. Tienes fiebre y te vendría bien tener algo en el cuerpo —intento que entre en razón. Niega y sube a su cama. Me encojo de hombros al mismo tiempo que ruedo los ojos. Él mismo, yo ya lo he intentado —.Ahí lo dejo, si quieres, lo coges. Y deberías taparte —añado, y me tumbo en mi cama, me tapo con la fina sábana y me pongo de lado.

—Eres tan... tan... ¿A ti qué coño más te da? —escupe las palabras.

Bufo, molesta. Estoy tan sumamente cansada de esa mierda de actitud... —Te estoy devolviendo el favor, ahora cállate y déjame dormir. —escupo, al igual que lo ha hecho él.

¿Qué le he hecho yo para que me trate tan mal?, sólo él lo sabe y está claro que no le volveré dirigir la palabra.

Sonrío para mis adentros cuando escucho que baja de la cama y destapa el termo. No se podía resistir al caldo de pollo que, seguramente, habrá preparado la madre de mi amiga.

Tarda unos segundos en dejar el bote y me tenso cuando se hunde la cama detrás de mí. Trago saliva, nerviosa.

—No se te ocurra volver a hablarme así, niñata de mierda —dice entre dientes, en mi oído.

No abro la boca. Me limito a hacer como que no he oído absolutamente nada. Cuando se levanta, suelto un suspiro de alivio y me acurruco un poco más.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora