Capítulo 23.

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Entro a la celda, Blake está mirando por la ventana y parece que está totalmente sumido en sus pensamientos, pues ni siquiera se ha girado para mirarme; o no quiere mirarme.

Dudo en si acercarme o no, no quiero interrumpir su ensimismamiento. Le miro la cara: Tiene la mandíbula apretada y de vez en cuando resopla. Quiero abrazarlo, maldita sea, si se va a ir en unos meses quiero aprovecharlos al máximo para tener un bonito recuerdo de éstos momentos, porque lo quiera o no, esto ha marcado mi vida y siempre va a formar parte de ella, no importa lo que pase después. Me acerco y lo abrazo por la espalda, enterrando la cabeza entre sus omoplatos. Noto que se tensa, y confirma mis sospechas, está tan sumido en sus pensamientos que no se ha enterado de que he llegado.

—Me has asustado, Annie ¿Cómo ha ido? —dice, y pone sus manos encima de las mías. Me acaricia las manos con los pulgares.

—Dieciséis años.

— ¿Por qué? Antes sólo tenías diez años ¿Qué ha pasado? —vuelve a preguntar.

—Homicidio con alevosía. Tomás me había dicho que había conmovido al Juez pero son nada más que pamplinas. No me ha servido de nada.

Se gira, retirando con suavidad mis manos y me coge las mejillas.

—Estarás bien aquí, nena. Sólo tienes que aprender a moverte por éste lugar —murmura y me besa con delicadeza. Como si a él le doliesen mis años de condena —. Estarás bien —repite en otro murmullo.

No lo creo, pero no digo nada. Ahora, como soy toda una egoísta, quiero que se quede aquí, así estaré protegida, acompañada, arropada en las noches por él. Realmente no sé si sabe que lo necesito más de lo que él cree.

— ¿Vendrás a verme? —le digo, con un hilo de voz mientras me encandila con esos ojos mieles. Él sonríe y asiente con la cabeza.

—No lo dudes, nena. Me tienes dentro y fuera de aquí.

«Sí, claro...» no quiero que me mienta, no va a estar dieciséis malditos años viniendo a la cárcel para ver mi cara bonita. Puede ser que lo haga durante los primeros meses, pero, en cuanto se canse, me mandará a freír espárragos. La idea de imaginarlo con otra mujer en su cama, acurrucada en su pecho, me pone muy furiosa, lo quiero todo para mí. Así de avariciosa soy.

—Es mucho tiempo —le digo, mordiéndome el lado inferior para no llorar. No lo voy hacer. No más.

Sabe lo que estoy pensado, sabe que yo sé lo que hay en su cabeza, lo puedo ver a través de sus ojos. Cuando va hablar, lo interrumpen: la alarma suena y las puertas se abren.

—Vamos a comer.

Asiento con la cabeza, me separo de él y al salir de la celda, saludo con la cabeza a Phil y Kevin. Comienzo a caminar para ir al comedor, tengo un hambre atroz.

—Quieta —dicen, a mis espaldas. Extrañada me giro y veo a Kevin indicándome que le tienda mis manos. Ladeo un poco la cabeza para mirar a Blake, éste asiente con la cabeza, indicándome que haga lo que él me dice. Por una extraña razón, lo hago y dejo que el chico moreno me espose —. Vamos.

Comienzo a caminar hacia Blake y los dos, escoltados por los guardias comenzamos a caminar.

— ¿Adónde vamos? —le pregunto mientras miro a mi alrededor, las paredes de los pasillos son totalmente grises y se nota que necesita unas cuantas capas de pintura. Qué lugar más triste.

No contesta, sólo me sonríe y paramos frente a unas puertas blancas de plástico como la de la enfermería. Kevin y Phil abren las puertas y entramos. Me quedo alucinada en cuanto veo lo que hay.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora