Cuando salimos del patio, Phil y Kevin vienen a por Blake para llevarlo a la sala de visitas. Me pregunto quién vendrá a verlo. A veces, pienso que tiene una mujer ahí fuera y que sólo me está utilizando para hacer su estancia más amena, sin embargo, si así fuere, la mujer pediría un vis a vis, ¿no? Porque desde el momento en que entró a mi celda, solo ha salido durante los quince minutos que dura la visita, de modo que dejo de preocuparme por eso.
Entro a la celda, enciendo la televisión y me recuesto en la cama para ver el documental sobre los tigres que están echando. La alarma suena, y no escucho el sonido de la puerta cerrarse. Frunciendo el ceño, miro hacia la puerta, porque extrañamente no se ha cerrado a diferencia de las otras.
Me levanto y sin querer dar un paso fuera de los veinte metros cuadrados, ya que si lo hago seré castigada, miro a los lados para ver si hay algún guardia y avisarle. Hay tres. Los llamo, pero no me hacen ni puñetero caso, de modo que me canso y me doy media vuelta para tumbarme en la cama de nuevo, pero, en vez de eso, soy empujada bruscamente y caigo al suelo de bruces. Me golpeo fuerte el labio y me hinco los dientes en éste.
—¿Qué coño...? —murmuro, llevándome los dedos al labio. Sangro.
Me giro y veo a un hombre de unos treinta y cinco años, pelo canoso, con su mono naranja, con un ojo de cristal, el otro negro como el tizón, una barba incipiente, unas ojeras enormes, arrugas y cara macabra. ¿Quién mierdas es? ¿Qué hace aquí? Y ¿por qué me ha hecho eso?
—¿Quién eres? —pregunto y me levanto del suelo. El hombre sonríe de lado, mostrándome un diente de oro y se acerca lentamente a mí, a lo que yo retrocedo con el ceño fruncido, hasta que la parte baja de mi espalda, choca con la mesa.
«Mierda»
Al hombre se le iluminan los ojos. Esto no me está gustando un pelo. Trago saliva sabiendo el sabor a óxido.
—Preciosa, esto es lo que ocurre cuando andas metido en el culo de un hijo de puta —su voz es como la de un fumador empedernido.
Tiemblo en mis botas. Alarga la mano y acaricia mi mejilla. Me encojo en mi sitio, muerta de miedo.
—Es una lástima destrozar esta bonita cara —murmura, como si lo dijese para él mismo.
Y antes de que pudiese temblar, hablar o intentar hacer algo, golpea mi pómulo derecho con la mano izquierda hecha un puño. Grito de dolor y me agarro fuerte al canto de la mesa para no caer al suelo, sin embargo, no funciona, caigo de lado.
—¿Qué es lo que quieres? —digo, llorando por el dolor y el miedo. El hombre ríe y me da una patada en el estómago. Vuelvo a gritar y me retuerzo, llevándome las manos al lugar golpeado. Lloriqueo, pues duele horrores.
—Por favor, no me golpees más —le imploro a moco tendido.
Sin embargo, mis súplicas no valen, ya que éste individuo, vuelve a golpearme con el pie, y ésta vez, lo hace en la cara, exactamente en la ceja y parte de la frente. Cambio la posición de las manos y me las llevo a la cara.
—Por favor... —ruego, ya mareada y con la respiración dificultada.
—Vamos, tienes que salir de aquí ya —oigo otra voz masculina, a lo que rápidamente me retiro los pelos de la cara, omitiendo que estoy sangrando como un gorrino y miro a los dos hombres. Un guardia está parado en la puerta, impaciente para que el recluso salga. Éste gruñe y vuelve la vista a mí. Me encojo de nuevo.
—Recuerda que esto, te lo ha hecho él —dice, señalándome.
¿De qué habla? ¿Él, quién?
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Mi compañero de celda ©
RomansaAlgo muy tormentoso hizo que Annie Hope, a pesar de haber perdido a la persona que amaba, lograra encontrar a otra persona que le llevó a vivir nuevas experiencias. Lo que se inició por unos compañeros de celda, acabará por un final diferente para...