Capítulo 17

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Blake.

Los tres hablamos sobre comida y se me está haciendo la boca agua recordando las lasañas que hace mi madre. Joder, están buenísimas, lo que daría yo por volver a probar la comida de mi madre. Aún siento el queso fundirse lentamente en mi paladar.

Annie, pone sus manos en mi rodilla, apoyándose y acariciando inconscientemente mientras habla con Dylan sobre discos de música. Por mi parte, me intereso más en el trapicheo que hay entre dos tíos enfrente de nosotros. El Tuerto, que es uno de ellos, le está dando una bolsa de cocaína por tres paquetes de tabaco a El Cagón, se despiden y cada uno se va por un lado diferente. Claramente, los putos guardias hacen la vista gorda, ya que muchos de ellos son corruptos y no es de extrañar.

Vuelvo al tema en el que están hablando Dylan y Annie, los cuales se están descojonando de algo. Presto atención e intento enterarme.

—Yo me dormí montando en bicicleta —Annie, suelta una carcajada y Dylan la acompaña. Con un atisbo de sonrisa, la miro enarcando una ceja.

—Nena, ¿cómo mierdas te duermes en una bicicleta? Eso es imposible —le digo, riendo entre dientes. Dylan asiente con la cabeza, dándome la razón.

—Es que estaba cansada porque habíamos ido desde mi pueblo hasta la piscina que quedaba a unos cuantos kilómetros, y a la vuelta, no podía con mi alma —de repente, se calla y hace una cara de descomposición. Me río a carcajadas interiormente. Esta chica...

— ¿Te estás cagando, nena? —le digo, con toda la naturalidad del mundo. Veo que se pone roja como un tomate y niega.

—Preciosa, te puedes tirar un pedete, eh. Hay confianza —miro a Dylan, y sin poderlo aguantar, estallo en carcajadas. Dylan no tarda en acompañarme.

—No es eso, idiotas —me golpea en el brazo mientras esconde la cara con su pelo. Está más que avergonzada. Mi amigo y yo, reímos más aún.

—Es una cosa natural, a todos nos pasa. Yo atufo al tío que duerme en mi celda—dice, Dylan entre risas.

—Gilipollas —murmura y se va corriendo, con la cara más colorada que un pimiento.

Dylan y yo continuamos riendo. Cuando toca la alarma, choco los nudillos con mi colega y cada uno se va por un lado diferente. Phil y Kevin, como siempre cada vez que voy a algún sitio, de inmediato vienen a por mí y me llevan hasta la celda.

Sonrío al ver a Annie tumbada en la cama dándome la espalda, de seguro está enfadada. Apoyo una rodilla en la cama y me inclino para susurrar en su oído, poniéndome un poco nervioso por tanta cercanía:

—No te enfades, nena, ha sido una broma —beso su mejilla, sintiendo los escalofríos por mi cuerpo. Ella se da la vuelta y me mira entre cerrando los ojos. Vaya, está más mosqueada de lo que pensaba.

—Me ha bajado la regla —dice, entre dientes, como si quisiese aclararme lo sucedido en el patio.

—Ah...

No sé qué es lo que tengo que decir, para ser franco. Aunque creo que debería de tener cuidado, las mujeres estando con la regla suelen tener un muy mal genio. Me rasco la nuca, me tumbo a su lado y paso la mano por debajo de su cuello para que apoye la cabeza en mi pecho.

¿Cómo mierdas he podido llegar a sentir algo por ella? Sin embargo, sé que me da la tranquilidad que yo necesito.

Pasamos el tiempo así, sin decir nada, disfrutando la compañía del otro, hasta que finalmente me duermo.

Me sobresalto de tal manera, que el corazón me palpita con fuerza, cuando me llaman con insistencia. Gruño y miro a Phil y Kevin, con cara de pocos amigos. Joder, cuando por fin puedo dormir tranquilo, me tienen que interrumpir.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora