Capítulo 1

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Las luces se encienden y se escucha como los guardias nos gritan a la vez que suena la alarma, para despertarnos a todas. Bostezo y me siento en la cama apoyando los antebrazos en las piernas mientras mis pies cuelgan. Cansada de estar aquí. Y pensar que me quedan diez años más por estar encerrada, me vuelve completamente loca.

El odioso de mi compañero de celda: alto, musculoso, semblante serio, pelo moreno un poco desordenado, tez clara, con varios tatuajes en su cuello y mirada siniestra y misteriosa, se levanta maldiciendo como todos los días. Clava la mirada en mí. Lucho contra las ganas de escupirle una serie de malas palabras y me impulso para caer al suelo, ya que duermo en la parte de arriba de la litera.

El primer día que lo trajeron a mi celda me trató fatal, me echó de la cama de abajo y me insultó varias veces y lo más bueno era, que yo no había abierto la boca para nada, pese a mi sorpresa por verlo aquí. Y Aún sigo preguntándome qué hace en esta zona si es la de mujeres.

Voy hacia la puerta y me quedo en una esquina, con las manos metidas en los enormes bolsillos, a esperar que abran e ir directa a la ducha y después a comer, pues tengo un hambre atroz.

Mi compañero se sienta en su cama y empieza a mirarme de arriba abajo poniéndome muy nerviosa. ¡Que se cuente los lunares si se aburre! , pienso.

Por fin suena el sonido de todas las cerraduras indicando que las puertas se abrirán en cuestión de breves segundos. Dos guardias se plantan frente a la puerta y, ésta una vez que se abre, se llevan al chico esposado. Todas las mañanas lo hacen.

¿Dónde lo llevarán?, me pregunto y, dándome cuenta de que no me importa en absoluto, salgo disparada hacia el pasillo dónde un guardias nos da una toalla y una pastilla de jabón, a medida que vamos pasando en fila india.

Camino cabizbaja hasta llegar al baño muy intimidada por algunas chicas que murmuran varias cosas obscenas hacia mi persona, como si de hombres desesperados se tratase. Hago cola y cuando llega mi turno entro con otras cuatro, ya que las duchas son de cinco en cinco, mientras un guardia nos vigila. Es muy vergonzoso como un hombre que no conozco me tiene que ver completamente desnuda.

Me pongo el feo uniforme naranja cuando ya he terminado y salgo, caminando por el pasillo de celdas yendo hacia el comedor. Miro de vez en cuando a mis lados y veo que por aquí todas se llevan muy bien, obviamente, como soy la nueva nadie quiere acercarse a mí, por alguna razón que desconozco. Aunque también he de decir, que yo tampoco me he acercado a ellas. Más que nada por temor. Sus miradas sobre mí son tan espeluznantes, que me ponen los vellos de la nuca de punta.

Llego al comedor y me estremezco al instante. Odio que me miren así. Me hacen sentir más vulnerable de lo que soy. Voy hacia un costado de la sala y de un estante de madera, cojo unos cubiertos de plástico y una bandeja. Con eso en mano, voy a que me den el desayuno. Me ponen una magdalena y un vaso de plástico con zumo de naranja y busco con la mirada un sitio libre para poder sentarme, sin embargo veo que todas las mujeres que ven mis intenciones, de inmediato hacen algo para que no me siente junto a ellas. De modo que suspiro y sigo con mi búsqueda hasta que, en medio de todo el comedor veo una mesa vacía.

Ahí mismo me siento.

Los murmullos hacen acto de presencia y, con la cabeza agachada, comienzo a comerme la magdalena que está bastante dura. Sin importarme lo que digan.

Un golpe me sobresalta, unas pequeñas gotas caen a mi rostro e inmediatamente, me llevo la mano a la cara a la vez que alzo la vista para ver a una mujer rubia, con rasgos duros, asesinándome con la mirada.

Tiemblo del miedo y me planteo si levantarme e irme a otro lado, pero no me da tiempo, es demasiado tarde:

-¿Eres tonta? -me dice y vienen tres mujeres más, que se ponen a un lado de ésta mujer, dejando en la mesa sus bandejas metálicas.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora