Diecinueve de Marzo.
Mi cumpleaños, el dos de enero, no fue tan malo como esperaba. Mis amigos, en la habitación de vis a vis me pusieron globos de todos los colores, trajeron un porrón de chucherías y una tarta de chocolate, bizcocho y nata que estaba buenísima. Blake, como no quería despegarse de mí ese día, hizo algún trapicheo con los guardias que a diario lo llevan y lo traen a la zona de mujeres, para que lo dejasen venir conmigo y mis amigos.
Éstos se sorprendieron al verlo. Los presenté. Abrí algunos regalos que me habían traído: Ropa interior, libros, gomas del pelo, un bote de plástico de colonia y un cepillo de dientes. Los amaba, en serio lo hacía. Hicieron de ese día, pese a estar en un lugar tan triste, muy especial. Después, procedimos a comer la tarta. Como la graciosa de turno, metí los dedos en ella y los planté en la cara de todos, riéndome. Blake, sin vergüenza alguna, me estampó toda la tarta sobrante en la cara, se acerco a mí, me lamió los labios y susurró, dejándonos a todos ojipláticos:
—Muchas felicidades, cariño. Te quiero. —y me plantó un beso de película.
He de reconocer que no me cansaba de oír, de sus labios, aquella palabra, era música para mis oídos. No me correspondió cuando le confesé lo que sentía por él y los días que pasaban todo había seguido igual: Nos enfadábamos y luego nos besábamos. Pero supongo, que el día que escogió para decírmelo, era el perfecto para él, lo que me da a entender que él por fin había aceptado sus sentimientos hacia a mí.
Después de eso, los cuatro hablamos y no paramos de reír y, aunque Blake se mostraba poco receptivo con mis amigos, finalmente logró pasárselo bien y hacer buenas migas con ellos. Era precioso cuando sonreía.
Me acuerdo del día de año nuevo que fue un tanto triste, ya que era la primera vez que no estaba en casa en esas fechas. Blake me dijo que como no sabíamos la hora exactamente, contaríamos doce estrellas, y entre medias, bebíamos un pequeño sorbo de sidra que, sus amigos, Phil y Kevin, los guardias, le habían dado en una botella de plástico a escondidas. Cuando terminamos de contar, chocamos las botellas y nos bebimos todo lo que quedaba de un solo trago.
—Feliz año, Blake —le sonreí, hipnotizada por esos ojos mieles que brillaban con intensidad. Sabía que me faltaba mi familia, pero estar con él, para mí fue algo muy especial, una nueva experiencia, algo mágico.
—Feliz año, nena —me cogió por los muslos y me levantó, haciendo que rodease sus caderas con mis piernas —. Te quiero —dijo, mirándome directamente a los ojos. Sin apartar la vista de él, acerqué mis labios a los suyos y murmuré en ellos:
—Yo también —y acorté la poca distancia, deleitándome en sus labios.
Era la primera vez que me lo decía; sin duda esa noche me elevó al cielo más alto. Me sentía dichosa por tener el amor de la persona a la que yo quería. La situación era rara, ya que no estábamos en un sitio precisamente bonito, pero mientras fuese con él, me daba igual el lugar.
Escucho a los pajarillos cantar, llevo como una hora despierta pensando en el juicio de hoy, estoy atacada de los nervios, pues no sé qué es lo que me espera durante esos treinta minutos en aquella sala, llena de gente mirándome por encima de hombro como si fuese menos que ellos, y los padres de Brad, diciéndome lo mala persona que soy.
Me remuevo por primera vez, Blake gruñe, lo miro y sonrío inconscientemente, es algo que me sale automático. Dejo un suave beso en la punta de su nariz, que está muy calentita, ya que ha estado todo el tiempo con la cara enterrada en el hueco de mi cuello.
—Despierta, dormilón —le susurro, mientras llevo mi mano a la suya que está en mi estómago.
—No quiero, déjame dormir —río, parece un niño de cinco años.
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Mi compañero de celda ©
RomansaAlgo muy tormentoso hizo que Annie Hope, a pesar de haber perdido a la persona que amaba, lograra encontrar a otra persona que le llevó a vivir nuevas experiencias. Lo que se inició por unos compañeros de celda, acabará por un final diferente para...