Capítulo 26

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Blake.

—A ver si eran alucinaciones porque la drogaron otra vez... Yo sigo pensando eso —dice Dylan por lo bajo, mientras comemos un asqueroso puré de zanahoria, ya se podían haber dignado a echarle un poco de sal.

—No digas gilipolleces, anda. Si fuese así lo habría notado. Pero es que no me cuadra —susurro, frustrado por estar todo el tiempo dándole vueltas al asunto.

—Ni a mí, tío —mira hacia los lados y todos agachan la cabeza, y de nuevo vuelve la mirada a mí —. ¿Ves? no hay ninguno con un ojo de cristal. Coño, es que desde que me lo dijiste estaba seguro de que no había ninguno así. Tan tonto no soy.

Me como lo último que me queda y apoyo los codos en la mesa, echando una ojeada a todo el comedor. Es verdad, no hay ningún hombre así y me estoy desesperando. Cabía la posibilidad de que Annie me hubiese mentido, pero no creo que lo hubiese hecho, sé que no mentiría con esas cosas. Confío plenamente en ella.

De repente, empieza a sonar la alarma que indica que harán un registro de celdas, de modo que todos se levantan, incluidos Dylan y yo, y cuando llegamos a la puerta para salir, hay un pelotón.

Me río interiormente, todos están desesperados por llegar a sus celdas e ir y tirar todo lo que tengan que hagan que sean castigados. Por eso mismo, los están reteniendo unos minutos para que los guardias estén en las celdas cuando estos hijos de puta vayan.

—¿Algo por lo que preocuparse? —me mofo de mi amigo.

—Pues no, no soy imbécil, capullo —me da un golpe en el hombro. Sonrío de lado y le devuelvo el gesto —. Obviamente quiero tener mis momentos íntimos con mi chica —levanta la barbilla mientras ríe entre dientes.

Sonrío.

Cuando por fin nos van dejando salir de a poco, avanzamos hasta llegar a la puerta del comedor y cuando vamos a salir, un tío que no había visto por aquí, pero que me suena su cara, choca contra mi hombro con brusquedad.

Gruño y lo miro con los ojos entrecerrados. Éste sonríe de lado, como si se estuviese burlando de mí.

Lo ha hecho adrede.

—¿Qué te pasa, pedazo de mierda? —ladro. El calvo, se para en seco y me mira con una sonrisa burlona. Aprieto los puños y me acerco a él, intentando descifrar el por qué su cara se me hace conocida.

—Yo que tú, cerraba esa bocaza Cooper —me amenaza.

¿Quién cojones se cree que es?

—Porque nunca se sabe...

Imbéciles hay en todos lados.

—¿Pero qué dices, marica? Lo que sí se sabe es que me comes los huevos a dos manos —rujo.

Estoy harto de gilipollas como éste, se creen los reyes del mundo y luego son unos malditos mierdas. Noto un codazo en la espalda, es Dylan y está intentando que no me lié a puñetazo limpio con este malnacido, pero es demasiado tarde, porque el tío empieza a reírse en mi cara, de modo que sin pensármelo le lanzó un derechazo directo a la mandíbula.

Y como siempre pasa: Una vez que empiezo, no puedo parar, pese a los llamados de Dylan.

Me cebo con él y me extraña mucho que no hayan venido los guardias, aunque para mí mejor, así podré matar a este payaso. El muy cabrón, me da una patada en la boca del estómago, de modo que caigo al suelo de rodillas, sin aire.

Se sube encima de mí y me coge por el cuello. Me remuevo con toda la fuerza, quedándome sin aire más rápido.

Mierda.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora