Capítulo 15

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Cuando llegamos a la celda, siento unos remordimientos terribles y no puedo parar de pensar en Brad. Es como si lo estuviese traicionando. No voy a negar que los besos que me he dado con Blake me han gustado, pero dentro de mi cabeza hay algo que me dice que estoy cometiendo un grave error.

Me tumbo en la cama boca abajo, quiero que se me pase el bajón que me ha dado de golpe ¡Con lo bien que yo estaba!

De pronto, escucho su voz llamarme y siento que la cama se hunde a mi lado. No me muevo.

—¿Estás bien? —susurra.

Asiento con la cabeza, aunque sea mentira. Tengo unas ganas horribles de llorar, maldita sea mi conciencia.

—¿Puedo preguntarte algo?

Esta vez, me giro y pongo la mano debajo de mi oreja para verlo mejor. Que guapo es, pienso.

—Sí.

—¿El chico de las fotos es ese tal Brad? —su mirada, me penetra.

Frunzo el ceño, ¿Por qué él ha husmeado, de nuevo, en mis cosas? ¿Como sabe su nombre? ¡Es un idiota!

—No es asunto tuyo y te dije que no quería que husmeases en mis cosas —digo, muy molesta.

—Pues entonces, cuando estés jodida no acudas a mí, ¿entendido? Porque no son mis asuntos —escupe las palabras, enfadado. Pero más lo estoy yo, a él ni le va ni le viene quién sea el de las puñeteras fotos.

No digo nada más. Enfurruñada, me vuelvo a dar la vuelta y cierro los ojos, queriendo dormirme y que pase el tiempo a la velocidad de la luz.

Al día siguiente, el mal rollito se nota en la celda, no puedo aguantar a salir y dejar de ver la cara de mala leche de Blake. Cuando la alarma suena, salgo disparada para coger la tolla y la pastilla de jabón. Entro a las duchas y me encuentro con Yoa, a la cual saludo con un beso en la mejilla, como hace ella.

Esperamos nuestro turno, que siempre somos las últimas porque así lo decidimos y, de repente, empieza a sonar una alarma que hace daño en los oídos. El guardia joven, que es el que está hoy vigilándonos, sale escopetado y yo miro a Yoa extrañada. Ella me devuelve la mirada. Junto con seis chicas más nos quedamos allí.

—Preciosa —doy un respingo, sobresaltada. Me giro y está ahí con su camada de perras. Me coge del brazo, rápidamente, y tira de mí hasta que quedo pegada a la pared. Tiemblo en mis botas.

—Déjala —dice Yoa, con un tono que no había escuchado nunca en ella.

—Chicas —dice Marisa. Sus perritas cogen a Yoa para que no pueda hacer nada y ésta no para de removerse, inquieta y enfadada. Trago saliva. Esto no me gusta un pelo.

—Me muero por tocarte —susurra, cerca de mis labios.

—Déjame —digo, en un hilo de voz.

—No, cariño. Vamos a jugar ahora que no está tu novio —sus manos, recorren mis muslos desnudos. Siento ganas de vomitar y estoy que no paro de temblar.

—No es mi novio.

Ella ríe de manera socarrona e intenta besarme. Con agilidad giro la cabeza, con el cuerpo tenso de cabeza a pies ¡¿Y el puñetero guardia?! Como si me leyese el pensamiento, dice:

—He provocado un incendio y nadie está dispuesto a venir aquí para salvarte, relájate y disfruta.

Muerde mi barbilla y me dan arcadas automáticamente. Su mano llega hasta mi monte de venus y empieza a tocarme. Sin poderlo controlar, empiezo a llorar.

Mi compañero de celda ©  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora