La estación de metro estaba casi vacía.
Ella no tenía a donde ir, no tenía casa, no tenía dinero, no tenia comida. La acababan de correr de su departamento por no pagar, y su relación con sus padres no era la más amistosa, por no decir que les debía millones de wones.
Las drogas son muy caras en ciertos lugares.
Pero, aunque ella ya no las consumiera, aún tenía deudas, aún tenía que pagar, a sus padres, al banco, y a otras personas que no eran las más correctas y bondadosas del mundo.
Una vida de mierda.
Aún esperaba que llegara el tipo con traje del que muchos le habían hablado, y la llevaran al jueguito donde podías ganar mucho dinero, para pagar todo lo que debía, pero pasaban y pasaban los años, y nunca iban.
En cierto sentido, estaba cansada de esperar, como si estuviera esperando a que Dios bajara y le diera una bendición o un milagro.
Estaba cansada de esperar una salvación, como si ella misma no pudiera dársela, como si no fuera lo suficientemente fuerte para buscar algo con lo que pudiera sobrevivir.
– ¿Olivia? –la llamó una voz de un hombre.
Volteó. Era un hombre alto, con traje gris, y un maletín en la mano.
Era él.
¿Cómo lo sabía? Instinto tal vez. Pero era él, la persona que podía salvarla de seguir cayéndose en el abismo.
–Depende de quien pregunte –se limitó a responder.
El hombre se sentó junto a ella, y puso su maletín entre los dos, el cual llamó su atención.
No sería difícil robarlo, sea lo que tuviera dentro.
Lo agarras y sales corriendo. ¿Cuánto puedes ganar? ¿Tres, cuatro millones de wones? No es ni un cuarto de lo que debes. No seas estúpida.
–¿Tiene un minuto? –le preguntó el hombre, como si estuviera hablando con su jefe o un líder de una pandilla de narcos.
–Bueno, no es que tenga mi agenda llena –se giró hacia él–. Si quiere dinero para su iglesia, que sepa que yo lo necesito más que usted.
Aún sabiendo quién era, no quería demostrarlo. No quería verse como si hubiera estado esperando a que llegara por mucho tiempo. Era demasiado orgullosa para eso.
–Vine a ofrecerle algo –sonrió con seguridad.
–¿Sí? Yo no soy de unirme a cultos, pero gracias.
–No, no es nada de eso –el hombre giró su maletín y lo abrió.
A ella se le iluminaron los ojos al ver los wones, ahí, al aire libre, sueltos, dignos de estar en una mano para poder usarlos. Junto a ellos, dos tarjetas, una azul y una roja.
–¿Ha jugado ddakji alguna vez?
–Soy latina. Lo mínimo que he jugado han sido los tazos, y no es que me fuera muy bien.
–Pues es su día de suerte, porque no jugaremos ddakji.
Ella frunció el ceño. Cada vez estaba más preocupada de que no fuera él a quien esperaba y solo alguien que quisiera robarle. Pero, ¿Qué le iba a robar? No tenía nada, ni siquiera dignidad.
–¿Entonces qué hace aquí?
–¿Quieres llevarte este dinero, Olivia? –señaló el maletín lleno de wones.
–Eso no es ni cinco millones de wones. Con eso apenas puedo rentar un cuarto por una noche, tal vez dos. No sería como si me salvara la vida.
–No. Pero ahí está lo divertido.
–Señor, no es por ser grosera, pero no estoy entendiendo una mierda. ¿Puede ir al punto, por favor?
El hombre no dejaba de sonreír. Parecía que tenía demasiado seguridad en sí mismo, como si pudiera tener todo al alcance de su mano.
–Usted tiene mucha suerte, ¿lo sabía?
–Si suerte es tener deudas hasta por los codos, supongo que sí.
–¿Quiere acompañarme, por favor?
–¿A dónde?
El hombre la ignoró, y se levantó. Le dio la espalda, y agregó:
–Solo sígame.
Y así lo hizo. No tenía nada que perder, pues ya no tenía nada. Tal vez, eso pudiera ser su salvación, pero, ¿qué era eso realmente?
Pues el juego del calamar.
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Nunca tendremos nuestro final feliz (Sae-Byeok)
Fanfiction¿Quién dijo que siempre hay un final feliz en las historias? ¿Quién dijo que las personas destinadas siempre terminan juntas? ¿Quién dijo que se podían confiar en cualquiera persona? ¿Quién dijo que el amor de tu vida no te puede engañar? Pues q...