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Te veo irte para jamás volver a verte.

Ese cuchillo fue la diferencia desde el principio.

Cuando lo dejaron ahí, frente a ella, tan expuesto, tan fácil, supo que todo iba a cambiar si ella lo tomaba.

Era muy peligroso que Olivia tuviera una arma, sobre todo cosas afiladas.

Aún así supo que, cualquier cosa que pasara, los efectos colaterales ya no importarían. Ya no tenía nada. Ni amor, ni dinero, ni una vida.

Quería salir de ahí, obviamente, pero también quería morir ahí dentro.

Tomó el cuchillo, y lo guardó mucho antes que los demás lo hicieran. No quería pensar en qué pasaría, solo en que todo ya iba a terminar, y eso era bueno y malo a la vez.

(...)

Se había hecho de noche, y ambas estaban en la misma cama. Lo único que alumbraba el lugar era la lámpara que estaba en medio del salón. Todo era silencioso, un silencio denso.

Porque todos querían sobrevivir, y todos podían matar a los demás para quedarse con el dinero, todos menos la persona que se estaba desangrando junto a Olivia.

–Lo peor de todo, es que no puedo odiarte –le dijo Sae-Byeok en un susurro–. Lo he intentado, pero no puedo hacerlo.

–Deberías odiarme. Yo me odio, todo el tiempo.

–Lo sé.

Volteó a mirar a pecas. Se veía mal, sudaba, temblaba, y por lo visto, había perdido mucha sangre. Pero Olivia no iba a hacer nada. "Se lo debía". Pero no podía evitar retorcerse al pensar que pecas podía morir frente a ella.

–Duerme –le dijo.

–No.

–¿Piensas que voy a matarte? –alzó una ceja–. ¿Para qué? Tú solita estás muriendo lentamente.

Sae-Byeok sonrió. Sonrió de verdad.

Cuando cerró los ojos, sintió a alguien acercarse, y alzó el cuchillo inmediatamente.

Olivia volteó a mirar, pero no alzó el cuchillo.

–No se preocupen. No he venido a matarlas –les dijo Gi-hun–. Solamente traigo esto por él –alzó el cuchillo, y miró a Sang-woo, quién estaba al otro lado del salón–. Para protegerme.

Guardó el cuchillo, y Sae-Byeok bajó el suyo.

–Te ves muy cansada –le dijo a Olivia–. ¿Quieres dormir un poco?

–No –le contestó enseguida, pero sus ojos estaban más cerrados que abiertos.

–Estarán bien. No voy a intentar nada.

Le sonrió de una forma en la que era imposible no confiar en él.

–Solo cinco minutos –susurró.

Recostó su cabeza en el barandal de la cama, y durmió lentamente.

Ese fue el peor error que pudo haber cometido en toda su vida.

Nunca tendremos nuestro final feliz (Sae-Byeok) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora