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Luz roja, luz verde.

Música clásica resonaba por todo el lugar. Era como un eco en un lugar vacío.

Se levantó de golpe, lo que causó un pequeño mareo, y empezó a ver a su alrededor.

Gente. Mucha gente que no conocía. Todos usando pants y sudadera verde con un número en específico. Volteó a ver el suyo: 037 ¿Dónde carajos estaba?

Se levantó, y bajó de la litera de donde estaba.

Todos estaban caminando hacia el centro del gran salón, así que solo lo hizo. No es que tuviera que hacer algo en específico.

En medio de todo, se escuchó un grito de un hombre.

–Mierda –soltó como un gruñido, y luego una risa de burla–. ¡Tú! No puedo creer que estés aquí.

Olivia, sin nada que hacer, se acercó. Hizo a un lado a todos, para quedar en primera fila para observar todo el show. No habían pasado ni diez minutos y ya se estaba saliendo todo de control.

Cuando llegó, sintió como el azúcar se le bajaba, y estaba segura de que su piel se había puesto más blanca que la leche.

–Aun tienes ese temperamento –siguió hablando el hombre–, aunque no eres de los que retroceden después de unos golpes.

Sí, seguía hablando igual como lo recordaba Olivia.

–Yo te dí un techo. Te dí de comer, y luego te enseñé mis habilidades cuando no tenías a dónde ir. Y tú me traicionaste.

–Tu ya me has quitado mucho más de lo que te debo –habló por primer vez... ella.

¿A sí? ¿Eso crees? ¿Entonces, por qué huiste junto con esa latina insoportable?

–No me escapé, solo me volví independiente –Olivia giró los ojos. Igual de terca como la recordaba.

El hombre –a Olivia nunca le interesó tanto para aprenderse su nombre– soltó una de sus insoportables risas burlonas. De esas que te dan ganas de romperle la cara con la primera cosa que encuentres.

–Estupida –murmuró, y después tiró un golpe que hizo que todos soltaran una exclamación de miedo, pero no Olivia, la conocía bastante para saber que lo esquivaría, pero también para saber lo que vendría después.

Después de unos segundos, ya tenía a la chica llena de pecas en el suelo, tomándola del cabello. Algo le decía que interviniera, pero no lo hacía.

–¿Independiente? ¿Te crees Yu Gwan-sun? Sal y agita tu bandera. Ah, claro, se me olvidó que eres del Norte. Tu bandera Coreana entonces, ¿Ah?

No pudo evitarlo. Dió un paso al frente y carraspeó, lo que hizo que el detuviera el golpe que estaba a punto de lanzar.

Todos la miraron, lo que sintió un poco incómodo ya que, literalmente, estaba haciendo un espectáculo frente a todos.

–Tú –murmuró él–. Pensé que nunca te volvería a ver.

–Si, también yo. Es una lastima.

Se levantó, soltando a Sae-Byeok, y se acercó a Olivia.

–Creciste.

–Y tu te volviste más idiota, ¿Qué diferencia hay?

Cuando estaba por contestarle, un hombre entró al círculo, lanzándose a Sae-Byeok.

–Ven aquí, déjame ver –estiró su cuello, y alejó su cabello de el mismo–. Esa cicatriz. ¡Eres tú, carterista! ¡Mi dinero! Devuélveme mi dinero. ¿Dónde está mi dinero? ¡¿En dónde está!? –gritó como desesperado, y solo recibió una patada del orangután.

Nunca tendremos nuestro final feliz (Sae-Byeok) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora