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CAPÍTULO VEINTIUNO " PUTA SECRETA "
—¡MIERDA! ¡MIERDA! —ELLA MALDIJO AL DEJAR CAER SU CALIENTE RIZADOR SOBRE SU ALFOMBRA DESPUÉS DE QUEMARSE LAS YEMAS DE LOS DEDOS.
—Se supone que no debes usar tus propias manos, cariño —Su madre bromeó, asomando la cabeza por la puerta de su dormitorio.
—¡Tengo prisa! —Dylan respondió, luchando por agarrar los rulos caídos y retorcerlos en su cabello.
Su madre entró en la habitación, empujando a Dylan hacia su tocador. —Tú te maquillas, ¿de acuerdo? Déjame preocuparme por el cabello.
Dylan asintió y se relajó instantáneamente mientras su madre enredaba su cabello en cada rizador con facilidad. La adolescente se inclinó hacia el espejo, inspeccionando su rostro llano, tratando de encontrar un lugar para comenzar. Ella recogió su polvo y comenzó a acariciarse suavemente la cara.
—¿Nos traerás a casa otra corona esta noche?
Dylan puso los ojos en blanco. —Creo que tienes suficientes coronas. No es que signifiquen nada.
—Cariño —la voz de su madre se hizo más cariñosa—. Ellas significan algo porque significaron algo para ti.
—Sí, son solo un recordatorio de lo superficial que era —suspiró, frunciendo el ceño en el espejo—. No como los premios y medallas de Barb, era tan inteligente que los hizo sentir muy orgullosos. Yo traje coronas a casa.
—No te compares con Barb —su madre cepilló un mechón del cabello ardiente de Dylan y luego lo envolvió alrededor del rizador de velcro—. Ambas nos hicieron sentir orgullosos. Eras nuestra pequeña mariposa social y ella era nuestra erudita, nos encanta cuando traes a casa tus coronas.
Dylan sonrió con los ojos húmedos. —Gracias mamá.
Su mamá le apretó los hombros. —No lo menciones.
Dylan se aplicó rápidamente sombra de ojos y se ruborizó y luego se pintó los labios de un rojo intenso. En ese momento su madre estaba desenrollando cuidadosamente sus rizos. Cuando le quitó todos los rulos, Marsha Holland sonrió y le dio un beso en la frente a su hija.
—Hermosa —Un coche sonó afuera—. Ahora, ve a buscar a tu hombre.
Dylan puso los ojos en blanco juguetonamente y se puso de pie, envolviendo a su madre en un abrazo.
—¡Antes de que te vayas, déjame hacerte una foto!
Dylan se paró al final de las escaleras, posó con una mano en su cadera mientras su padre sostenía su cámara y su madre arrullaba. Billy tocó la bocina con más impaciencia esta vez y Dylan besó enérgicamente a sus padres y salió corriendo por la puerta.
