¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS " LO QUE DIGAS, MARINERO "
STEVE CERRÓ LOS OJOS Y TRATÓ DE NO RESPIRAR TAN FUERTE MIENTRAS ESPERABA A QUE LOS RUSOS LOS ENCONTRARÁN. Podía escucharlos acercándose, pero no tenían a dónde ir, estaban atrapados escondidos debajo de un mostrador de comida rápida sin salida, esperando solo ser atrapados.
Dio un salto al oír el claxon de un coche y dejó escapar un suspiro de alivio, esperando un disparo. Los rusos murmuraron algo que él no entendió y pudo escuchar sus pasos alejarse, al menos un poco.
Hubo más golpes y aplastamientos, afortunadamente ninguno se dirigió hacia ellos, y Steve tenía la esperanza de que la llamada de walkie-talkie de Dustin hubiera funcionado y llamado la atención de Mike después de todo.
Lentamente, los cuatro se levantaron, mirando por encima del mostrador. El coche que se había colocado en el vestíbulo para ganar ahora estaba volcado y tirado, destrozado, al otro lado del patio de comidas. Steve miró hacia arriba y vio a Once de pie en el segundo piso, sin duda la culpable del desastre. Los otros salieron detrás de ella antes de que todos corrieran instintivamente hacia el otro.
Dustin corrió hacia Once, que cojeaba y Mike la sostenía, y la abrazó. —¡Lanzaste esa cosa como si fuera un Hot Wheel!
—No entiendo qué pasó con ese coche —Robin dijo, confundido y un poco asombrado.
—Ce tiene superpoderes —Dustin respondió como si fuera tan obvio.
Nancy, Jonathan, Max, Lucas, Will, también estaban allí, luciendo demacrados, obviamente enfrentando una pelea diferente a la de Steve. Pero el corazón se le subió a la garganta cuando Dylan salió de detrás de Jonathan. No la esperaba en absoluto, pensó que todavía estaba en California.
Dylan lo miró con cautela, pareciendo indecisa a la hora de decir algo.
—Dylan —Steve dijo en voz alta, sin poder contener su sorpresa al verla.
—Hola Steve.
—Eres rubia —tartamudeó—. Eres rubia y estás en Hawkins.
Dylan sonrió. —Fue una cosa para romper el hielo en mi dormitorio. Todas estábamos bebiendo y Marianne, mi compañera de cuarto, sugirió que me tiñera el cabello... y lo hice.
—...Se veía horrible. Todo cobrizo, y no como suele ser. Tuve que pagar 80 dólares para arreglar lo que hicieron esas chicas.
—¿Me gusta...? —Steve dijo, pero salió más como una pregunta. Honestamente, no sabía qué pensar.
—¿Dylan? —Robin dijo, pasando del problema del coche a una nueva sorpresa—. Escuché que estabas en California.
