capítulo uno.

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Ángeles.

Resoplé algo apenada y decidí juntar la mesa para luego irme a acostar. El sueño ya me estaba dominando, y me parecía en vano seguir esperando a Mateo si sabía que una noche más no iba a llegar a cenar conmigo.

Mis ojos picaban un poco, pero enseguida los abaniqué con mi mano para no llorar.

Le preparé pastas, estuve desde las siete de la tarde amasando y un buen tiempo cocinando el tuco con tal de que esté perfecto a su gusto. Sé que es su comida preferida, obviamente, después de los tacos.

Pero otra vez, su plato frente al mío se había enfriado, y otra vez me tocaba levantarme de la mesa con un nudo en la garganta.

Desde que comenzó a darle vida a su disco tomó la desición de quedarse a dormir en mi casa al salir del estudio para estar allí más tiempo y ahorrarse en viaje. Yo siempre, todas las noches, le preparo la cena y trato de mantenerme despierta con tal de esperarlo tras oír la misma promesa de siempre; ''llego temprano, y cenamos juntos''.

Promesa que cada día se rompe, ya que nunca llega a cumplirla.

Tengo que entenderlo. Como su novia tengo que comprender que quizás tenga que dedicarle la mayoría de su tiempo a su trabajo, y nunca podría quejarme de eso. Él es talentosísimo en lo que hace y admiro un montón toda la dedicación que le pone a lo que hace, eso siempre se lo dejo en claro.

Pero duele, duele que no tenga una hora de su tiempo para cenar conmigo.

Duele no poder pasar una tarde con él porque siempre, todos los días, está cargado de planes y trabajo.

Y me siento una egoísta por eso, pero supongo que es normal necesitarlo un tiempo conmigo.

O al menos eso trato de convencerme todos los días.

Saqué mis zapatillas con la ayuda de mis talones y una vez que abrí las frazadas, me metí a la cama envuelta de sábanas y acolchados muy calentitos como para combatir los 9° que hacen afuera.

Apagué la luz del velador que se encontraba a mi lado y me acomodé en la cama dispuesta a dormirme, si es que mi cabeza me lo permitía.

Sentí la puerta principal abrirse y el ruido de un manojo de llaves como si fuesen una campana, aquélla campana diaria que siempre me avisa cuando él llega.

Giré apenas mi cuerpo para volver a prender el velador y me senté con mi espalda apoyada sobre el respaldo de la cama. No quería dormirme, sentía la necesidad de preguntarle como había sido su día y cuanto había avanzado en su trabajo.

Refregué mis ojos con ambas manos y solté un fuerte bostezo.

Oí sus pasos acercarse a la habitación y en cuanto la puerta se abrió, pude tener en mi campo de visión su presencia parada en el marco con una débil sonrisa a boca cerrada.

—Mi amor, hola. —saludó, cerrando la puerta por detrás de su espalda para luego acercarse con pesadez hacia mí.

Se sentó en el borde de la cama a mi lado, y bajó apenas su torso para depositar un pequeño beso en mis labios.

—Otra vez cenaste sola... Perdoname, te juro pensé que llegaba. —se disculpó algo culpable, acompañado de una mueca de pena. Yo negué con mi cabeza para que no se preocupara.

—¿Dormimos? —pregunté esquivando el tema, simplemente porque no quería que él supiera cuanto me duele que no tenga tiempo para mí. Lo que menos quiero es que piense que me molesta su trabajo, en lo absoluto.

Él al oír mi propuesta ensanchó una leve sonrisita a boca cerrada y enseguida se levantó de mi lugar para dirigirse a su lado de la cama.

Se sentó en el borde, desató sus cordones, y una vez que se sacó su ropa hasta quedar en Boxer, finalmente se acostó a mi lado.

fame; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora