Ángeles.
Busqué mi celular para chequear la hora, y un suspiro de frustración escapó de mi boca al visualizar la pantalla sin una sola notificación de mi novio.
2 de la mañana, y aún no habían rastros de su vuelta.
Los parlantes retumbaban las paredes y ya la gente que había comenzado a caer a la joda se hacían oír a los gritos con cantidad incalculable de alcohol en sangre y todo tipo de sustancias encima.
¿Y yo? Encerrada en una habitación ajena, esperando su llegada.
Definitivamente las jodas ya no eran lo mío...
Un chillido de puerta me hizo alzar mi cabeza con ilusión, y en cuanto mis ojos se clavaron en aquella dirección, me llevé la decepción de mi vida al ver a la persona que menos iba a imaginar entrar, fumándose un porro.
—¿Perdón? —arqueé mi ceja, incrédula.
La puerta fue cerrada por Camilo con total confianza, y enseguida me levanté de la cama en cuanto se acercó hacia a mí.
¿Qué intensiones tenía?
—Bancá, mujer. Por muy buena que estés yo no soy un violín, eh.
Él rió, yo me mantuve seria. Chiste de mierda y completamente fuera de lugar.
Sus ojos delataban que no se encontraba muy sobrio; ni de alcohol, ni mucho menos de drogas. Suspiré.
—¿Qué querés? Mateo no vino todavía.
—¿Qué onda que andas tan alterada, Ángela? Relajá la tanga, vine a hablar nada más. —contestó con malísima "gracia", y solo él rió por aquel cambio que le hizo a mi nombre.
—¿Podes hablar? —reí incrédula, sintiendo mis ojos arder por la furia que me generaba su simple presencia. Aún así me senté donde estaba, a metros de su lado, y escuché lo que tenía para hablar conmigo.—Si es sobre Mateo hablá rápido porque estoy preocupada. Ya debería haber llegado hace rato.
—Fijate si no está muerto en el baño de tu casa. —rió bromista, y mi peor cara demostró lo mal que me cayó su intento de chiste.
Apreté mi mandíbula con bronca, y suspiré pesado. Me había colmado la poca paciencia que le tenía.
—¿A dónde carajo querés llegar con tus chistes de mierda? —escupí, totalmente fuera de mis cabales, golpeando el colchón. Él dio un pequeño saltito en su lugar, y quedó estático.—Me chupa un reverendo huevo lo que vos tengas para hablar conmigo y si te estoy dando la oportunidad de hacerlo es para que me des una respuesta a lo que te acabo de preguntar. Si viniste a hacerte el gracioso o a romperme las bolas te podes ir retirando.
Mi voz, sin darme cuenta, se había elevado un poco. A él se le borró la sonrisa enseguida; algo de miedo sintió.
—No es un chiste. ¿O no te contó lo que está haciendo hace varios días?
Fruncí el ceño, y me crucé de brazos.
—¿Qué está haciendo? A ver...—rodé mis ojos.
¿Cómo iba a creerle cualquier cosa que saliera de su boca si se la pasa diciendo mentiras y armando bardo? Obviamente, estaba expectante a saber con que otra mentira me vendría ahora.
—Mateo se corta, Ángeles. —soltó, y mi rostro enseguida se aflojó.
—Con eso no se jode, enfer...
—¿Tan enamorada que estás y no le viste todavía las líneas que tiene en el brazo? Más grandes que las líneas de coca que se manda antes de cada show. —bromeó entre risas que no tenían una sola gota de gracia, y yo quedé estática en mi lugar en cuanto aquella información llegó a mi cerebro, uniendo conectores que me hicieron creerlo todo.