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Ángeles.
Golpeé la puerta tres veces y me paré frente a ésta afianzándome a las tiras de la mochila a esperar a que alguien me reciba.
Una sonrisa de oreja a oreja iluminó mi rostro al ver al chiquito de la familia recibirme con sus pelos revueltos, refregándose los ojos.
—Ey, ¿qué hacés vos acá? —pregunté frunciendo mi ceño con diversión, algo confundida.
—Eso tendría que preguntarte a vos que estás en mi casa. —contestó con la elocuencia de siempre y no pude evitar carcajear, haciéndolo reír a él también.
—¿Estás solito? —pregunté, algo perdida, metiéndome a la casa en cuanto él me dio lugar a pasar.
Dejé un beso en su cabeza en modo de saludo, y mi ceño se frunció en cuanto asintió con su cabeza.
—Si viniste a ver a mi hermano no está. Mamá tampoco. —informó con su mejor voz de dormido, y sus ojos apenas podían abrirse ya que la luz del foco lo encandilaba.
—¿Sabés si van a tardar mucho? —pregunté con una mueca de pena, dejando mi mochila en el perchero con la intensión de esperar a mi novio.
—Mucho no, por eso me dejaron solo. —asumió con lógica—¿Querés que llame a mi hermano? Mamá me dejó su celular. —ofreció y sonreí con ternura. Me daban ganas de llenarle los cachetes de besos.
—No te preocupes, enano. Lo espero en su pieza y ahora le hablo yo para avisarle. —contesté, y luego de darme un inesperado y ligero abrazo, corrió veloz hacia su habitación con las intensiones de seguir durmiendo.
Me dirigí a la habitación del morocho como si de mi propia casa se tratase, y me senté en el borde de su cama con el celular en mano dispuesto a llamarlo.
Su cama desatendida me quitaba toda concentración, y ya planeaba ordenarle un poco la cueva al menos el tiempo que tarde en volver vaya uno a saber de dónde.
—Hola, hermosa. ¿Qué onda? —saludó apenas atendió mi llamado y fruncí mi ceño un poquito confusa.
—Estoy en tu casa, amor. ¿Dónde andás? —consulté de la manera más pacífica posible para que no se piense que era una escena tóxica o controladora. Más bien, realmente me llamaba la atención la situación.
—No me dijiste que ibas, gorda. —suspiró, pareciendo sonar culpable—Estoy volviendo, estamos con mamá. —informó, y yo me calmé un poco aunque mi pregunta no fue respondida. Sólo necesitaba saber eso. —No te vayas, ¿sí? en un toque estoy ahí.
—Te espero, amor. —respondí sin apuros, y luego de recordarle que lo amaba decidí cortar la llamada para ordenar el lío que era su cama.
Me parecía extraño que él, quien bastante ordenado era en la mayoría de veces, tenga hasta sus prendas de ropa enredadas entre las frazadas como si ni siquiera se haya esforzado en guardar lo que se sacó.
Me tomé el tiempo de aprovechar la espera en doblar las prendas y acomodarlas en su placard, y también tendí su cama por si llegaba con sueño y quería seguir durmiendo.
También llevé a la cocina una bandeja con tazas y migajas de comida que se encontraba en su mesita de luz, y al volver chequeé que todo esté en orden para que cuando él llegue no tenga que escucharla a su madre retarlo por el lío.
Sabía cuan quisquilloso es con el tema de la privacidad y yo tampoco soy su mucama, por eso solo me centré en acomodar su cama para poder al menos sentarme en ella hasta que él vuelva.