Maratón 2/3
Ángeles.
Me senté en la cama, refregando mis ojos con los nudillos para despegarlos, y me senté en medio de la oscuridad al sentir el colchón a mi lado vacío.
Toqué el colchón a mi lado para chequear si realmente mi novio se había ausentado, y fruncí mi ceño en cuanto mis sospechas fueron acertadas. Definitivamente no estaba.
Me puse las pantuflas, y tratando de no chocarme con ningún mueble caminé hacia la puerta en búsqueda del morocho. El reloj de pared marcaba las 7:00 de la mañana, y no pude evitar preocuparme al no obtener encontrarlo en la sala desayunando como posible explicación.
Recorrí la cocina, me asomé a la ventana para chequear si su auto se encontraba afuera, y busqué también algún rastro suyo en la ventana que daba al patio luego de que su auto estacionado me confirme su presencia en casa.
La gata tampoco estaba en su colchoncito y mi ceño una vez más se frunció. Suspiré con un poco de susto por mi novio, y fui en búsqueda del último rincón de la casa que me quedaba por visitar; el baño.
—¿Amor, estás en el baño? —elevé apenas mi voz mientras caminaba hacia el lugar nombrado, y en cuanto llegué a la puerta mi consulta fue respondida en cuanto oí un sorbido de nariz mocosa del otro lado de la puerta.
—S-sí, y-ya salgo. —titubeó con su voz quebrada, tan mocosa que sonaba inentendible.
Tragué en seco algo preocupada, y pegando mi oreja a la puerta, agregué;
—¿Me dejás entrar?
—Pasá. —murmuró débil, y no tardé en bajar la manija de la puerta para introducirme cuanto antes con él allí dentro.
Lo vi sentado en el piso contra la pared del baño, y mi corazón se estrujó al verlo con la gata sobre su regazo, acariciando su pelaje mientras su cabeza a gacha mostraba su rostro humedecido en lágrimas.
No tardé en sentarme a su lado en cuanto visualicé su semblante, y sin ni siquiera preguntarle qué le sucedía, atraje su cabeza a mi pecho para contenerlo. Bien sabía lo que le pasaba, más explicación no necesitaba.
—¿Por qué te viniste acá solito, amor? —pregunté apenada, y chisté mi lengua sin otro sentimiento que no sea dolor al sentir mi piel humedecida gracias a sus lágrimas luego de ocultarse en mi cuello.
—No quería despertarte. —murmuró mocoso, y Lina se desprendió de sus piernas para hacerse a un lado, dándole más espacio a abrazarme bien fuerte.
—¿Querés que hablemos un ratito? Sabés que acá estoy para escucharte, te va a hacer bien descargarte un poquito. —animé algo débil, enredando mis dedos en su cabello mientras besaba su cabeza para consolarlo. Me estrujaba el corazón tenerlo tan frágil, acurrucado en mi pecho.
—No quiero hablar, no quiero llorar, quiero que todas las mierdas se terminen. —murmuró entre dientes, en un tono resentido—¿Tan mierda me porto con la vida que me paga así? —planteó separándose de mi cuerpo para obtener mirarme a la cara. En sus ojos no mostraba más que angustia y desesperación, mientras que yo deseaba abrazarlo una vida entera para tratar de sanarlo—¿Por qué me merezco sufrir tanto, An...?
—Vos no te mereces nada de todo lo que te está pasando, pupi, quedate tranquilo. —aseguré en cuanto volvió a quebrarse en mi pecho, ahora presentando algunos sollozos bajos que me cristalizaron los ojos—Mirame a mí, Mateo. —pedí, sorbiendo mi nariz que de a poco comenzaba a moquear de la picazón que sentía. En cualquier momento, lloraba junto a él.—Yo te prometo que las buenas van a venir muy pronto, mi amor. Sos muy fuerte. —murmuré con mi voz algo quebradiza mientras él se esforzaba por no derrumbarse en mi pecho en cuanto me miró a los ojos. Y mis lágrimas se acumularon en mis lagrimales.