Capítulo 8

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Su pecho olía bien. Muy bien. Era un olor cálido que salía de su cuerpo, mezclado con un olor dulce pero fuerte, agradable e hipnotizante. Él se quejó. En el interior. Pero, al parecer, su gemido ganó en sonoridad y ella se dio cuenta de que lo había liberado de su garganta.

Daniel se apartó con un fuerte empujón. La sobresaltó.

—¡Tienes que comer algo! —le respondió secamente con voz de médico una vez más—. No es bueno tener el estómago vacío, sobre todo con resaca.

Claire se sintió pequeña, muy chiquitina, como cuando era niña y su madre le decía lo mismo en el desayuno. Se sentía como una niña pequeña. Y mareada. Daniel sólo se preocupaba por su estado de salud y desempeñaba el papel de médico a la perfección. Un poco de frustración y anhelo rugió en su interior. No se sentía bien.

—Te traeré algo. Hay un baño en mi habitación. Puedes ducharte si quieres. —Señalando la división al fondo de la habitación—. Allí encontrarás todo lo que necesitas. Lo único que no tengo es ropa, así que tendrás que usar la misma—. Y miró su vestido con una mirada de desaprobación paternal.

—¡No quiero nada, quiero ir a casa! —Y se levantó apresuradamente. Al levantarse, un pinchazo en la cabeza la hizo detenerse y volver a sentarse en la cama.

—Señorita Ross, no creo que esté en condiciones de ir a ninguna parte. Te espero en la cocina. No me hagas volver aquí para llevarte en brazos como hice anoche. —Se dio la vuelta y salió de la habitación.

«¡Qué engreído!» Un minuto parecía la persona más dulce y cariñosa del mundo, y al siguiente volvía a ser arrogante y prepotente. No iba a quedarse en su casa ni un minuto más. Quería salir de allí. Quería huir. Realmente se sentía como un trapo.

Fue al baño para lavarse la cara y recomponerse antes de salir. La instancia era tan grande como la habitación. Tenía una gigantesca bañera redonda con jacuzzi incorporado que parecía pertenecer a una lujosa habitación de hotel. Al final, había una cabina de ducha con una alcachofa muy grande que apenas estaba cerrada por dos enormes puertas de cristal transparente. Se dirigió al lavabo. El espejo era tan grande que podía decir que la habitación parecía el doble de grande. Se miró en el objecto. La imagen que vio reflejada la hizo retroceder de un salto. Dios mío, parecía una prostituta callejera desaliñada, que hubiera pasado la noche drogada. Abrió el grifo y empezó a flotar enérgicamente para eliminar toda la suciedad que tenía. Se sentía sucia. Por dentro y por fuera. Qué papel había desempeñado anoche. ¿Qué dirían sus compañeros de trabajo? ¿Mathew? ¿Sam? Jane.

Jane, iba a matarla por dejarla salir con Daniel sin compañía. Estaba enfadada. El agua la despertó un poco más y se sintió como la gloria bendita. Se secó en una de las toallas que envolvían una pila de toallas, todas ordenadas, como en los hoteles. Su casa era muy impersonal. Todo parecía inmaculado. Pero fría y distante. Como él. Bueno... no como él, pensó. Hace unos instantes podía decir que Daniel era otra persona. Una persona que le producía sensaciones muy extrañas que no sabía qué eran.

Se alisó el vestido y se recogió el pelo de la coleta medio atada. La ha decepcionado. Se peinó un poco con los dedos y salió del baño.

No conocía su casa. Era tan amplia como su dormitorio. Minimalista, pero grande. No sabía dónde estaba la cocina, pero el olor a comida y a café la localizaba. Siguió el rastro tras pasar por un par de largos pasillos con puertas a ambos lados. Cuando entró, Daniel estaba terminando de preparar el café. Había una mesa alta con dos taburetes en el centro de la isla.

—Siéntate. Verás cómo una vez que pongas algo en tu estómago todo mejorará. —Pero él no la miró, sino que se limitó a señalar la silla, terminando aun lo que estaba haciendo.

El nuevo doctor | ROMANCE HOT | TERMINADA Y COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora