1. Caramelos

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Los ojos del niño se iluminaron al recibir el puñado de caramelos y sonriendo agradeció al payaso. Sin dudas esa era la mejor fiesta de cumpleaños y sus padres no habían escatimado en gastos. Luego del confinamiento impuesto por el gobierno, por culpa de aquel extraño y letal virus, su familia había decidido festejar a lo grande.

Castillos inflables, puestos de algodón de azúcar, manzanas acarameladas, malabaristas y el infaltable payaso, eran parte de la temática cirquense, que Marla había elegido para su hijo. El jardín de la casa se había convertido en un colorido circo y tanto los pequeños como los adultos, disfrutaban de la fiesta.

El menú era muy saludable y estaba compuesto por frutas y golosinas hechas con cereales. Los niños apenas si probaron la comida, pero devoraron con avidez aquellos caramelos de color rojo que a pesar de tener todos el mismo color y forma, el sabor iba variando en cada uno, dándole así un toque mágico.

Marla y su esposo, intentaron retirarlos de las mesas, más su propio hijo se opuso, alegando que era lo mejor que había comido en su corta vida.

Intrigada por la procedencia y composición de los dulces, se dirigió a la cocina y preguntó al encargado del catering, de donde los había sacado. El hombre aseguró que no tenía idea y que no eran parte de su menú. Marla salió de inmediato en busca de su esposo, y le comentó la situación. El hombre restó importancia a los hechos y alentó a su esposa a que se relaje para que pueda disfrutar de la fiesta.

De pronto la música cesó y el sonido de los redoblantes, anunció que el show principal estaba a punto de comenzar.

Sobre un improvisado escenario el payaso saludó a los niños y con un chiste absurdo se ganó las primeras carcajadas. Luego tomó unas clavas y trató, sin suerte, de hacer malabares.

Los niños reían felices y Marla dejó de preocuparse. Su pequeño Leo, estaba tan feliz que no dejaba de agitar las manos. Sin embargo, su instinto materno le indicó que algo no estaba bien. Todos los niños parecían demasiado exaltados e incapaces de permanecer quietos en su sitio.

— Y con esta última pirueta me despido —dijo el payaso —. No sin antes darles un consejo: Sean buenos, y no hagan bullying a sus compañeros. Porque si ustedes son malos, tarde o temprano recibirán su castigo—girando la cabeza, le dedicó una reverencia a Marla —. Hola, Marla. ¿Estás lista para recibir tu castigo?

Impactada por las palabras del payaso, caminó furiosa hasta el escenario, pero a mitad de camino tropezó con algo y cayó de bruces. Había tropezado con el cuerpo de una niña y asustada, le pidió perdón, más la niña no respondió.

Sus ojitos estaban abiertos en exceso y las pupilas dilatadas se veían vacías de toda vida. Aterrada, la mujer pidió ayuda y desde el suelo vio como uno a uno los niños caían y convulsionaban mientras un espumarajo verdoso, salía de sus pequeñas bocas.

La fiesta se convirtió en tragedia, y cuando la policía local arribó. El propio comisario exclamó que era la primera vez, en toda su carrera y en toda su vida, que veía una masacre de esa magnitud.

Estuvieron trabajando durante horas para mover los 33 cuerpecitos y el jardín de Marla se convirtió en la escena del crimen más grande de la historia de la pequeña ciudad.

Afuera de la propiedad, medios locales y aledaños, se aglutinaron en busca de tener la primicia.

La policía tuvo que solicitar refuerzos a otros distritos y trasladaron algunos cuerpos al hospital de la ciudad más cercana.

Tres días después, el comisario dio una rueda de prensa, en donde leyó el informe forense. Los niños habían muerto envenenados y aún no lograban determinar la composición exacta del veneno empleado.

El principal sospechoso era el payaso, quien era el único que no había sido identificado y estaba prófugo. Todos los presentes habían sido indagados por la policía y ninguno de ellos parecía saber la verdadera identidad del payaso. Marla y su esposo, tuvieron que ser custodiados día y noche, porque los vecinos los culpaban de la tragedia y exigían sus cabezas.

Roby dejó el bolígrafo sobre el block de notas y se masajeó el cuello. Llevaba horas tratando de armar una teoría y aunque se sabía de memoria el expediente del caso, no lograba sacar ninguna conclusión.
Este era el primer caso impactante de su carrera y odiaba sentirse abrumado.

¿Qué llevaba a una persona a cometer un crimen así? ¿Qué mal habrían hecho esos niños para acabar muertos?

Entonces una lucecita se encendió en su cabeza y tomando la copia de las declaraciones, buscó aquel párrafo en el que todos los testimonios coincidían.

Al parecer la clave estaba, en el pasado de Marla Parsons, debido a qué la frase que dijera el payaso sobre el bullying, parecía estar dirigida a ella. Pero, ¿por qué había elegido matar a tantos niños y no a ella directamente?

Tomando sus cosas, buscó las llaves del vehículo y se dirigió a casa de los Parsons. Al llegar al domicilio, detuvo el motor y cuando descendió, notó que una persona estaba colgando un globo en la cerca.

El payaso al verlo acercarse, emprendió una veloz carrera y aunque Roby corrió detrás de él, lo perdió de vista al doblar en una esquina. Agitado, regresó a casa de los Parsons y dio aviso al custodio. Unos minutos después llegaron un par de patrulleros y cerraron un perímetro de un kilómetro alrededor de la propiedad.

Roby le pidió al comisario que le permitiera hablar con Marla, pero él se negó y de mala gana accedió a que pudiera fotografiar el globo. Luego de tomar la fotografía se quedó pensado en la inscripción: Vos sabés porqué.

Lux In Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora