9. Revelaciones

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La cruda tormenta y el trágico accidente habían dejado tras de sí, una atmósfera lúgubre y melancólica. Mientras se dirigía al trabajo, Roby se dio cuenta de lo afectados que estaban todos en el pueblo, lo notaba en sus rostros sombríos y las miradas opacas de las personas que se cruzaban en su camino.

Antes de abrir la puerta de la comisaría, Roby inspiró profundo y exhaló impaciente. Sabía que el comisario Andrade no iba a facilitarle las cosas y que de seguro buscaría alguna otra forma de fastidiarlo.

Nunca había comprendido cuáles eran los motivos de su jefe, para detestarlo. Imaginaba que era algo relacionado con su abuelo materno, quien también había pertenecido a las fuerzas policiales. Quizás Andrade le guardaba un viejo rencor, y tal vez había encontrado en él la forma de desquitarse. Si su teoría era cierta, entonces no pudo más que sentir pena por la pobreza de espíritu del comisario.

Cuando avanzaba por el pasillo, hacia la oficina principal, saludó a sus camaradas quienes lo miraban con recelo y le extrañó que apenas algunos le correspondieron al saludo.

Una vez frente a la oficina, llamó con golpes suaves y aunque la puerta se encontraba abierta, aguardó a que el comisario le dijera que podía pasar. Andrade estaba al teléfono y mirándolo fugazmente, le hizo un gesto con la mano para que entrara.

Roby permaneció de pie esperando a que la llamada concluyera y nervioso, sin motivos, llevó sus brazos hacia atrás y se estrujó los dedos.

—Buenos días, señor —saludó apenas Andrade colgó la llamada.

—Buenos días —se inclinó hacia adelante y apoyando los codos en el escritorio, lo miró con desdén — ¿Qué está haciendo acá, Valente?

—Me reincorporo después de mis obligadas vacaciones.

—Asumo, entonces, que la notificación no le llegó todavía.

—¿Cuál notificación, señor?

—La notificación de su suspensión.

— ¿Puedo saber porqué me está suspendiendo? —se le habían tensado los músculos de la mandíbula y luchaba por no demostrar la indignación que sentía.

—Le advertí muchas veces que no metiera las narices en la investigación y no me hizo caso. Usted no está a cargo de resolver ningún tipo de crímen. Su carrera recién empieza y una suspensión es una mancha que dudo pueda ser ignorada de aquí al futuro —estaba disfrutando de ese momento más de lo que pensaba —. Si tanto le gusta resolver misterios por su cuenta, le recomiendo que se pida la baja voluntaria y abra una oficina como detective privado. Usted, no sabe acatar órdenes y la verdad es que alguien así no me sirve en absoluto.

—Solo trato de hacer algo, porque veo que nadie más se preocupa por encontrar al asesino.

—La justicia es lenta y no puede basarse en suposiciones. Necesitamos pruebas, no teorías sin fundamento.

—Aunque las pruebas lo golpearan en la cara, usted no sería capaz de verlas.

Andrade dejó de sonreír y se le frunció el entrecejo. Movido por la ira se puso de pie y rodeó el escritorio, para poder quedar frente a frente con el insolente muchacho. La primer intención fue darle un bofetón, pero supo que no era algo inteligente, por lo tanto se contuvo y le advirtió que iba a meterlo en el calabozo por desacato.

Esta vez fue Roby quien sonrió, en parte por ocultar la rabia y en otra para fastidiar al comisario.

—No puede hacer eso, señor. Estoy suspendido, lo cual significa que por el momento usted no tiene autoridad sobre mí.

Lux In Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora