8. La sombra y la cruz

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La tormenta no daba tregua desde la tarde y asomada a la ventana de la sala de descanso, Inés vio como un relámpago atravesaba las espesas nubes negras, por encima de la torre de la catedral. Fue como la visión de una película antigua de terror y se cruzó de brazos un poco atemorizada.

En realidad la causa de su temor se debía a lo que acababa de presenciar minutos antes, cuando regresaba de su ronda. Al pasar por la habitación 56, en donde estaba la vieja bruja, había escuchado voces provenientes del interior y por curiosidad, se había asomado. Amalia estaba sola, pero ella podía jurar que había escuchado una voz masculina manteniendo una conversación con la vieja. Cuando las miradas se conectaron, Amalia esbozó una sonrisa terriblemente espantosa, ella sintió el mismo miedo que sentía en la infancia.

— ¿Necesita algo, doña Amalia? preguntó para disimular la agitación.

—No, querida. Estoy mejor que nunca.

El silbido de la pava la sobresaltó y maldijo con esas palabras rebuscadas que tanto la caracterizaban.

Escuchar las voces de sus compañeras por el pasillo, la obligó a calmarse y cambió la taza de café, por una infusión de hierbas relajantes.

—¿Estás bien, Inés? —le preguntó la enfermera en jefe, una mujer mayor de aspecto temerario, pero de carácter dulce.

—Si, estoy muy cansada. Recordame que no vuelva a tomar más turnos de noche.

—Ánimo, mujer, que esta va a ser una noche agitada —luego se dirigió al resto del plantel —. Ocurrió un accidente en un cruce del camino costero a unos 45km más o menos, y van a trasladar a los sobrevivientes. Llegan en media hora. Así que aprovechen y tomen algo caliente. Traten de estar en óptimas condiciones, por favor.

El tumulto de voces de sus compañeras, no hizo más que aumentar la jaqueca de Inés. Sin embargo trató de poner toda su voluntad y dar lo mejor de sí.

Era una noche complicada, no solo por la feroz tormenta, sino por la cantidad de ingresos en urgencias y más que nada por los sobrevivientes del trágico accidente. Algunos requirieron cirugías de emergencias y otros llegaron directamente a la morgue.

Cerca de la medianoche Inés pudo tomar un brevísimo descanso y aprovechó para dar una vuelta por las salas que tenía asignadas. Avanzaba por el pasillo del ala norte, cuando vio a una mujer que se le hizo familiar y no le apartó los ojos de encima ni por un instante. La otra, como percibiendo su mirada, se dio vuelta y la miró como si ella no fuera más que un montón de nada, antes de apartar la vista y concentrarse en la máquina expendedora de café que tenía enfrente.
Que rabia le provocó aquel gesto suyo tan arrogante. ¿Cómo se atrevía a mirarla de esa manera? ¿quién se creía que era?

Haciendo resonar los pasos se acercó y con un tono áspero le preguntó qué estaba haciendo allí.

—Vine a cuidar a la señora Amalia. ¿Hay algún problema con eso?

— ¿Te mandó Roby?

—La máquina no funciona. ¿Sabés en dónde puedo conseguir café?

—No, es la única —mintió.

—Mala suerte la mía —girándose sobre los talones, Paula prosiguió a marcharse. Sin embargo Inés le cerró el paso.

—No me respondiste.

—No tengo porqué hacerlo.

—Si Roby está metido en algo necesito saberlo.

—Vas a tener que preguntarle a él.

—¿Ustedes están juntos? —había hablado sin pensar y avergonzada por los absurdos celos que sentía, se le tiñeron las mejillas de rubor.

—Es un poco tarde para que te preocupes por él.

Lux In Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora