10. Canis

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El humo del cigarrillo olvidado en el cenicero, dibujaba una línea recta que ondulaba al final antes de desvanecerse.

El café en la taza olvidada, se había enfriado y de fondo se podía escuchar una voz femenina que narraba las noticias de último momento.

Roby se hallaba en la habitación, observando el uniforme que acababa de colgar en el perchero del armario. Recordaba la primera vez que lo había usado y el orgullo que desbordaba en los ojos acuosos de su abuelo. Le dolía saber que el viejo podría sentirse decepcionado y apretando los puños muy fuerte se dejó caer de espaldas sobre la cama.

Sus ojos verdes se habían quedado fijos en el techo, justo en el lugar en donde empezaba a formarse una mancha de humedad. Pensó en que tendría que hablar con el conserje y en lo maleducados que eran los vecinos de arriba y que de seguro habría una incómoda discusión. Sin embargo ese iba a ser el menor de sus problemas.

Afuera andaba suelto un meticuloso asesino que fue capaz de cometer la peor masacre que le tocó presenciar y posiblemente se trataba de Antonio Luna, o tal vez el asesino de niños era otra persona. Sentía como si estuviera en frente a una encrucijada, y no sabía cuál era el camino correcto. Había recibido una cruda amenaza por parte del payaso y luego estaba la advertencia de Amalia, de modo que optó por considerar que Antonio era quien se ocultaba bajo la máscara de payaso, al menos iba a mantener esa teoría hasta encontrar una nueva pista que lo quitara de la incertidumbre.

Cambiando de posición, se quedó acostado sobre su lado derecho y notó que el cielo se había oscurecido por las nubes borrascosas que se acercaban desde el mar.

¿Cuándo había sido la última vez que fue a la playa?

Cerró los ojos y apretó fuerte los párpados. Inés estaba ligada a todos sus recuerdos y esos recuerdos comenzaban a molestarle. Sabía que el siguiente paso era el olvido y por un momento se lamentó por ello.

Habían estado juntos desde siempre, ella fue su mejor amiga y creyó que estarían juntos hasta el final de sus vidas.

Todavía tenía guardado en un cajón de la mesa de noche, el anillo que había comprado para pedirle matrimonio.

Girando en la cama, abrió ese cajón y sacó la cajita de terciopelo azul. Dos años había estado allí y ya no soportaba la idea de tenerlo cerca. Levantándose de la cama, abrió la ventana del balcón y el aire fresco golpeó su cara e hizo que le ardieran los ojos llenos de lágrimas. Con un movimiento brusco arrojó la cajita y sintió que todo ese amor que había sentido durante años, también caía al vacío del olvido.

Los golpes en la puerta, y el teléfono fijo sonando al mismo tiempo, lo colocaron en una disyuntiva y optó por atender la puerta. Si era un asunto importante volverían a llamar.

—Hola, Roby —lo saludó José, el conserje, y el muchacho que lo acompañaba también lo saludó.

—Hola. ¿En qué puedo ayudarlos?

—Algunos vecinos se quejaron por la presencia de cucarachas —miró a su acompañante —. Mario es nuevo en el edificio, me va a ayudar con el mantenimiento y si nos permitís, vamos a entrar a chequear que no hayan bichos.

—Pasen.

Haciéndose a un lado los dejó entrar y buscó en sus bolsillos, el móvil que estaba vibrando. Su abuelo lo llamaba para recordarle que tenían un almuerzo pendiente y le dolió en el alma, tener que mentirle diciéndole que estaría muy ocupado esa semana.

Hubo una pausa incómoda y luego su abuelo le dijo que ya estaba al tanto de todo, pero que tendrían esa charla en persona para aclarar la situación. Avergonzado, Roby le prometió que iría a verlo por la tarde.

Lux In Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora