16. Moon

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La sala estaba sumida en las penumbras y resultaba un paraíso de frescura, para la mujer que llegaba de hacer las compras. Afuera el sol intenso y la humedad, fruto de la tormenta, generaban un clima denso.

《El cambio climático hace que las estaciones ya no estén definidas. Un día hace frío y al otro calor, es una verdadera porquería.》pensó, antes de saludar a su madre quien ensimismada, husmeaba por las rendijas de la persiana.

La anciana no la escuchó, porque el volumen de la música estaba demasiado alto. Sonaba una ópera cuyo título no recordaba y fatigada por el calor, que además la ponía de malhumor, murmuró un par de palabrotas antes de acercarse a la ventana.

—¿Qué es lo que estás haciendo, mamá?

La madre dio un gracioso respingo y luego le soltó un golpecito en el hombro, por haberla asustado.

—Ese chico que está merodeando la casa de enfrente parece perdido.

Asomándose vio a un hombre joven, de tez trigueña y cabello negro, que curioseaba en el portal de una casa de estilo colonial.

—Estuvo golpeando la puerta, pero no le abrí, porque capaz que es un delincuente.

La hija pensó que por su apariencia y la vestimenta decente, no tenía pinta de ser un delincuente, aunque tampoco podía fiarse.

—Hiciste bien, mamá. Quédate acá, que voy a ir a ver qué necesita.

—Tené cuidado, Lidia.

Miguel estaba agotado por el aire caliente, pero no estaba dispuesto a irse con las manos vacías. Se alejó un poco de la puerta y sacando la botella de agua de su bolso, bebió un buen trago. En eso, apareció una mujer de voluminosa figura y cabellos canos, que tenía las mejillas encendidas por el calor.

—Buenos días, joven.

—Buenos días.

— ¿Está buscando a los Lissera?

—Estoy buscando a los Miller —le extendió un papelito plegado —. Esta es la dirección que me dieron.

El cambio de expresión facial de la mujer no pasó desapercibido para Miguel y una luz de esperanza se encendió en él.

—Los Miller ya no viven en esta casa.

—Que mala suerte la mía. suspiró.

—¿Por qué asunto los estás buscando?

—Es un tontería en realidad. Mi abuelo trabajó en la fábrica hace años y me pidió que si venía a la ciudad, pasara a saludar a su antiguo patrón.

—Ah, que pena.

— ¿Usted no sabe en dónde viven ahora?

—Se fueron hace mucho del país, es todo lo que puedo decir. Que tenga un lindo día.

—Espere, me podría decir al menos si Fátima todavía está en la ciudad —se acercó bastante, como si fuera a revelar un gran secreto —. Aquí en confianza, debo reconocer que de chico, estuve interesado en ella y me gustaría contactarla.

La mujer frunció el entrecejo y puso los brazos en jarra. Miguel supo que su plan se había ido al carajo.

— ¿Me estás tomando el pelo?

—No, señora. Jamás haría algo semejante.

—Tenía el presentimiento de que sos un periodista y no me equivoqué.

— ¿Un periodista? —exclamó sorprendido.

—Sí, y ya hemos tenido la mala suerte de ver a muchos por acá preguntando por ella.

Lux In Tenebris Donde viven las historias. Descúbrelo ahora