7. Quiero oírte

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Era ya tarde cuando al fin volvimos a casa después de la misión. Antes de subir a la habitación de Hange, como me pidió, le hice un torniquete como Dios manda a Erwin. Era lo menos que podía hacer para sosegar un poco la culpa.

Fuimos a la enfermería y le curé la herida lo mejor que pude. Era la que más conocimientos de enfermería tenía, después de Hange, pero ella aún tenía que encargarse de cuerpos y corceles.

–Ya está, comandante. –Dije, mientras guardaba las vendas y el alcohol.

–Gracias, T/N. –Erwin se intentó levantar, había perdido demasiada sangre y casi se cae. Menos mal que estaba cerca.

–¡Comandante! –Lo agarré y le pasé el brazo por detrás de mi cuello, para que, al menos, pudiera caminar.
Y así lo llevé hasta su habitación. –Comandante, por favor, hágame caso. Debe descansar ahora más que nunca. Le traeré un gotero y sangre, ha perdido demasiada. Por favor, no haga ningún esfuerzo considerable, podría empeorar.

Bajé a por la sangre y el gotero y enseguida se lo llevé. Se lo puse y me despedí hasta el día siguiente del comandante Erwin.

–Descanse, comandante. –Dije, levantando una mano y agarrando el pomo de la puerta con la otra.

–Hasta mañana, T/N. –El comandante asintió con la cabeza, yo le sonreí y cerré la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido. Aún se oían un montón de voces de los soldados. No le había dicho nada a Mikasa y Sasha; con quiénes aún seguía compartiendo habitación, ya que insistí en que me fuese permitido; sobre mi ausencia aquella noche, ya fuese larga o corta. Así que fui a avisarlas antes de ir a la habitación de Hange.

Entré sin llamar, como solía hacer, y enseguida dos lobas se me echaron encima.

–¡T/N! ¡Dinos, ¿qué te dijo Hange en la misión?! ¡Está enamorada, ¿a que sí?! –Sasha no dejaba de lanzarme preguntas, una detrás de otra.

–¡Eso, eso, dinos qué pasó ahí! ¡Novedades, novedades! –Mikasa se unió a la fiesta.

–¡Tranquilas, las dos! Os hago un resumen rápido. –Alcé la voz más que ellas para que me escuchasen, aunque creo que incluso Connie y Jean nos habían escuchado.

–¿Por qué rápido, adónde tienes que ir? –Mikasa me miraba, expectante.

–Veréis, Hange me ha pedido que esta noche... ¡Vaya a su habitación!

–¡¿Cómo?! –Gritaron ambas al unísono.

Yo sonreí, orgullosa, mientras asentía con la cabeza.

–¡Pues ya estás tardando, venga, venga, tu amorcito te espera! –Sasha me empujaba con rapidez hacia la puerta.

–¡Mañana cuéntanos todo, todo, todo! ¡Y ahora, ve con ella! –Mikasa no paraba de gesticular con las manos.

–¡Vale, vale, ya me voy! Mañana os cuento, lo prometo. –Levanté la mano de nuevo, y desaparecí pasillo adelante. El portazo particular de Sasha me sobresaltó por un momento, y entre eso y los nervios que tenía por Hange, casi me caigo.

Al fin me detuve delante de la puerta de la capitana. Y con el calor de siempre calentando mis mejillas y mis manos temblando de nervios, tras unos cinco largos minutos debatiéndome entre llamar o irme, decidí tocar la puerta suavemente.

–¡Ya va! –Gritó una voz lejana.

En lo que esperaba a que Hange abriera puerta, yo traté de tranquilizar mi pulso, mi corazón, sin éxito.

–¡T/N, viniste! –Gritó Hange, ilusionada, mientras me abría la puerta.

– S... sip. –Respondí, nerviosa aún.

Llévame contigo   ︴ hange zoëDonde viven las historias. Descúbrelo ahora